Pregón Mayor completo de Enrique Crespo

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CIUDAD RODRIGO / REDACCIÓN

Buenas noches a todos los presentes.

Excelentísimas e ilustrísimas autoridades y personalidades, mirobrigenses y forasteros, queridos amigos todos, muchas gracias por su presencia en este día tan señalado y emocionante para quien les habla.

No sé si cuando han accedido a este teatro se fijaron en los retratos de las celebridades que me han precedido como pregoneros en este solemne acto... ¿Se han dado cuenta del renombre que acumula cualquiera de ellos?

Aunque solo fuera por ese motivo permítanme que les pida a todos ustedes indulgencia pues no sé si seré capaz de realzar este Carnaval como se merece; incluso les pido tolerancia si mi locución les defrauda ya que, honradamente lo digo, no me veo facultado para alcanzar la calidad de mis antecesores en esta tribuna.

Convendrán conmigo en que los únicos merecimientos para estar en esta ilustre tribuna son mi trabajo y mi dedicación en la Enfermería del Carnaval del Toro y, como ya he dicho en más de una ocasión, ni tan siquiera eso pues esos valores son de todas las personas que forman parte, y de cuantos lo hicieron, en el Equipo Médico que la atiende.

Así pues déjenme comenzar mostrando mi más sincero y efusivo agradecimiento hacia quienes han tenido la cortesía en distinguirme como Pregonero Mayor y aunque no me resultó fácil aceptar esta honra, deben saber que hoy, la emoción ha embargado por completo mi ánimo: muchas gracias a la Corporación Municipal encabezada por su alcalde, Juan Tomás Muñoz. A quien además, ó sobre todo, tenemos, tienen, que agradecer la reforma estructural y mejoras que se han realizado en la Enfermería. Insisto, muchas gracias.

Como el don de la palabra y la expresión no son mi fuerte he querido ilustrar mi alocución con imágenes. Por eso no puedo por menos que excusarme y agradecer a los autores, profesionales y aficionados, el uso de muchas de las fotos que he aprovechado para intentar hacer más amena mi disertación. Gracias a todos ellos.

En casi todos los pregones el autor expresa en él parte de sus recuerdos, de sus vivencias. Y así será también en este. Por eso quiero iniciarlo recordando a tres personas que ya no están con nosotros.

Sea mi primera mención a Ignacio Corvo, picador de toros, alcalde de Fuenteguinaldo, amigo entrañable, con quien compartí momentos dramáticos en las fiestas de su municipio pero también muchos ratos amables y relajados en Guinaldo y aquí en Ciudad Rodrigo durante los carnavales. El me confió la asistencia sanitaria de los festejos taurinos de su pueblo y todavía, ya enfermo y sin cargo municipal, pidió a su sucesor, fue que siguiera contando con nuestros servicios. Nacho, torero, en este Carnaval te echaremos de menos.

No sería honesto si no evocara a Adolfo Vidal Benito, médico mirobrigense, hombre afable, educado, culto, enamorado del Carnaval del Toro y de nuestra Fiesta, con quien compartí muchos momentos que hoy sacuden los recuerdos del alma... Porque Adolfo vivía con intensidad y apasionamiento todos los días de Carnaval y yo tuve la suerte de compartirlos durante muchos años en la Enfermería y escuchar sus comentarios siempre prudentes y entendidos. Si me piden unas palabras para definirlo sería: buena persona.

Pero si en estos momentos me acuerdo de alguien es de otra persona, inolvidable para todos los mirobrigenses de bien, y a quien, sin duda, le debo estar hoy aquí: por eso, en estos momentos, tengo presente, en la memoria del corazón, a mi padre, al Dr. Antonio Crespo-Neches, muy apegado a esta ciudad, a esta comarca desde joven, cirujano jefe durante muchos años de la plaza de toros del Carnaval, impulsor de la enfermería vigente, maestro de cirujanos y a quien tanto debemos quienes seguimos formando su equipo.

Casi todo lo que hacemos en esta vida debería tener una dedicatoria. Con el permiso de ustedes, de muchos de vosotros, quiero dedicar este Pregón a José Antonio Domínguez Cid y a su familia, Mari y Javi.

Con él, con ellos, yo, el equipo médico del Carnaval, los mirobrigenses y cuantos acuden a Ciudad Rodrigo, estamos en deuda, pues, entre otras cosas, se entregan con ahínco y cariño no solo estos días, me atrevo a decir que durante todo el año, para que las instalaciones de la enfermería queden oportuna y operativamente impecables. Así pues, Mari, Javi y José Antonio, recoged esta humilde montera a modo de brindis de quien se considera tan solo un entrañable amigo vuestro.

Como saben la mayoría de los presentes, yo no nací en esta vieja ciudad, pero lo que tampoco sabrán es que tengo ascendencia mirobrigense directa pues mi abuelo materno, el general Julián Rubio López nació aquí, en Ciudad Rodrigo, concretamente en la calle Madrid por donde todos los días de Carnaval corren mozos y toros perpetuando una tradición ancestral que se pierde en los siglos. Por eso, creo yo, mi apego no solo profesional sino también familiar y sentimental con el Carnaval del Toro.

Relación que comienza en 1.985. Aquel año, siendo un estudiante de medicina, llegué a esta ciudad acompañando a mi padre y a otros tantos médicos, para constituir el primer equipo médico de especialistas que acudía a la enfermería de Ciudad Rodrigo. Yo y otros compañeros míos de facultad llevábamos un tiempo siguiendo a mi padre por las plazas de toros; en realidad lo único que hacíamos era cargar con los aparatos, el instrumental, las bolsas de ropa estéril, los sueros, las balas de oxígeno y observar, aprender… Y lo hicimos, de hecho, actualmente, algunos de aquellos jóvenes forman hoy parte de prestigiosos equipos quirúrgicos en muchas plazas de España.

En aquellos años estábamos haciéndonos médicos taurinos, cirujanos y anestesistas, de la mejor forma posible, pero también de la más difícil: en las plazas más alejadas de los hospitales, en las plazas de pueblo… y llegó Ciudad Rodrigo.

Y aquí arribamos, de la mano del por entonces alcalde Miguel Cid, que puso todo su empeño en dotar al Carnaval de una enfermería y un equipo médico acorde a los percances que en él suceden. Mi padre, que había estudiado en Salamanca y tenía muchos amigos ganaderos de la zona, estaba percatado de la peligrosidad de sus encierros y capeas. Por eso procuró traer a los mejores de su equipo de entonces y todo el material sanitario que imaginaba iba a precisar.

Yo, la verdad, en aquellos años, estaba más ocupado en disfrutar del ambiente jaranero del Carnaval, de visitar las muchas peñas que había entonces –recuerdo lo bien que se pasaba en la del UMO- durmiendo poco, bebiendo lo que no debía y prestando más atención a la juerga que a los toros…

Recuerdo bien aquellos primeros carnavales en Ciudad Rodrigo, desde luego, entre otras cosas porque era joven y estudiante y mis preocupaciones eran banales, una de las cuales solía ser coger mesa en El Sanatorio para desayunar unos huevos con farinato y recuperar el maltrecho cuerpo fatigado por la larga noche de comparsa y baile.

Pero también la memoria me recuerda algunos momentos, en la balconada del Ayuntamiento esperando al encierro ó en la Enfermería operando, que luego me han servido mucho en mi trayectoria como cirujano taurino, en particular y como médico-traumatólogo en mi profesión habitual.

Yo puedo decir que en los bajos del Ayuntamiento de Ciudad Rodrigo me formé como médico taurino, ahí aprendí a soportar la tensión que envuelve a la Enfermería cuando el drama del percance transforma el bullicioso y burlesco escenario de la plaza y las calles de esta milenaria ciudad en momentos de angustiosa incertidumbre entre sus gentes.

En aquella Enfermería, arcaica para la que hoy disponemos, comprendí que las heridas por asta de toro exigían, sobre todo, serenidad, decisión y audacia en los cirujanos y anestesistas más que medios materiales y aparataje técnico. Entre las paredes de aquel primer quirófano del Carnaval muchos jóvenes médicos y estudiantes perdimos el miedo a la sangre de las cornadas.

En los viejos soportales del Ayuntamiento entendí lo crucial que es ofrecer consuelo y serenidad a familiares afligidos mientras les explicaban la gravedad de las heridas ¡Que importante es dar cuenta del percance al herido, a sus familiares, a sus amigos, a sus compañeros! Y como se agradece una información que devuelva la tranquilidad a ese ambiente, cargado de dudas, que se forma fuera de la enfermería.

En aquellos primeros carnavales entendí que el éxito de la fiesta taurina conlleva muchas vertientes; y que una de ellas recae directamente sobre el cirujano y el equipo médico.

Él va a ser cuando durante la algarabía en los tablaos se produce el momento trágico de la cogida, cuando el griterío de espanto sacude las agujas, quién va a vivir la tragedia, haciéndole un quite al mozo herido.

Y en esas circunstancias, cuando nos lo dejan sobre la fría mesa del quirófano, será cuando la figura humana y profesional del médico, se agigante, cuando no solo tendrá que aplicar con exactitud sus conocimientos, sino que además, habrá de sobreponerse a esa responsabilidad que, antes, en el ruedo y en las calles, recaía sobre otros y que, en ese momento, es y hacen suya.

En otras plazas, en otras tierras, cuando todo se resuelve bien, probablemente, su nombre quedará únicamente reflejado en un tibio parte facultativo o en algunos recortes de prensa; a veces en el obsequio sincero de un paisano agradecido ó en el brindis sincero de un torero considerado. Aunque casi siempre su quehacer quedará olvidado sin la deferencia que a veces necesitamos. Eso no ha ocurrido en Ciudad Rodrigo.

Este equipo, entonces y ahora, ha tenido el reconocimiento de sus gentes, desde el más humilde de los ciudadanos hasta los más altos responsables municipales; tan es así que todos los que formamos el equipo médico nos sentimos, en Ciudad Rodrigo, como en nuestra tierra y tratados como en nuestra familia, como en nuestra casa.

Por eso, nosotros también, empezamos a vivir el Carnaval muchos días antes de su celebración. Ya desde la Navidad, nuestro José Antonio, garante del acondicionamiento de la enfermería, empieza a llamar para ponernos al día sobre el material que hace falta traer, que hay que reponer las balas de oxígeno, que esos sueros están caducados y, en fin, cantidad de detalles que solo él se encarga de vigilar.

Y así, algún fin semana previo al Carnaval nos venimos a Ciudad Rodrigo con el material a restituir y el aparataje actualizado; Flor y Jose, dos de los veteranos y más fieles miembros del equipo y auténticos encargados de la dotación material, revisan, ordenan la enfermería y la dejan prácticamente acondicionada.

En esos días anteriores al Campanazo con el que se anuncia al mundo que comienza una fiesta ancestral nosotros, los médicos que atenderemos a los heridos, empezamos a sentir en nuestro ánimo el peso de la responsabilidad que cada año nos obliga el compromiso adquirido con esta tierra. Nos aflige en las noches la incertidumbre que siempre, pasen los años que pasen, desprenden encierros y capeas de esta categoría; nos despiertan las cavilaciones, las dudas, sobre si sabremos o lograremos solventar los percances que se nos presentaran…

Porque durante esos días de Carnaval, cuando repica el Reloj Suelto, las calles y Plaza Mayor de Ciudad Rodrigo se convierten en una fiesta desenfrenada en donde el toro se adueña del territorio y convierte a esta ciudad en imprevisible. Y ustedes ya saben que cuando el toro aparece en escena nadie sabe lo que puede pasar.

Y en esa fiesta atávica -en la que se entremezcla la diversión de las gentes, la tradición de un pueblo, el rito al toro y la osadía de los mozos- en Ciudad Rodrigo, todo es posible y así los corredores, los recortadores y los maletillas se someten al azar caprichoso que desencadenan los toros bravos…

Yo me di cuenta enseguida que el Carnaval de Ciudad Rodrigo no solo era risas, disfraces, desenfreno… Yo pronto percibí que además, ó sobre todo, en el Carnaval del Toro había gritos, tensión, nervios, miedo… Pero también valientes que disfrutaban corriendo delante de los toros o recortándolos en la plaza. Y gentes que les aplaudían y vitoreaban en las agujas y en los tendidos, mostrándoles su admiración y ánimo.

Los encierros en Ciudad Rodrigo son únicos en el mundo, atraviesan murallas históricas, recorren calles, bóvedas, entre casonas varias veces centenarias hasta el irregular e improvisado coso de la plaza Mayor. En donde la angustia corre a cargo de todos esos intrépidos que participan en los encierros y desencierros, haciendo gala de piernas ágiles así como de habilidad para sortear la embestida a la carrera de los astados, angustia hija del riesgo porque sin este no se conciben las fiestas populares con toros.

Y luego, la capea, sobre la arena de la Plaza Mayor en donde hombres y toros cruzan miradas desafiantes para conseguir el dominio del círculo aquí cuadrangular, sorteando sus embestidas a cuerpo limpio o con capote y muleta o con lo que sea.

Y en medio de esta fiesta, con el toro como figura absoluta, van a surgir los percances en forma de cogidas, de caídas, de heridas y lesiones muchas de ellas con enorme gravedad… Y entonces se oyen los gritos angustiosos, las llamadas de auxilio, las voces y las sirenas de las ambulancias de Cruz Roja que nos advierten de la tragedia.

Y de repente los hombres y mujeres que manteníamos una tensa tranquilidad en los tendidos o en los bajos del Ayuntamiento, nos convertimos en el epicentro de la fiesta: las miradas y los interrogantes se dirigen a la Enfermería; la alegría se ha convertido en drama, la animación en intranquilidad y la sangre de los mozos salpica el espíritu bullicioso del pueblo.

Pero para esto nos hicimos cirujanos taurinos… Yo siempre he dicho que la cirugía taurina no se aprende en la universidad o en unos libros; los cirujanos taurinos no se forman en un aula o en un hospital… La cirugía taurina se aprende en los burladeros observando las cogidas, en las enfermerías reconociendo a los pacientes, en el hule operando las cornadas… Y en el callejón compartiendo las angustias con los toreros o detrás de las talanqueras viendo pasar los miedos a la carrera…

Por todo esto, por el historial de heridos y lesionados de enorme gravedad que cada año se cobra el Carnaval del Toro y por el compromiso ético que nuestra conciencia profesional nos dicta, hemos conseguido hacer del Equipo Médico y de la Enfermería del Carnaval una referencia en la cirugía taurina mundial. Hasta el punto que, al menos para mí y para muchos profesionales sanitarios, este equipo médico del Carnaval sea considerado el mejor del mundo.

En Ciudad Rodrigo hemos logrado hacer realidad la utopía de cualquier equipo médico de una plaza de toros, la utopía de cualquier cirujano taurino que se precie de serlo: salvar vidas a quienes resultan mortalmente heridos.

No quiero relatar ahora los gravísimos percances que hubo que operar y solventar en la Enfermería de Ciudad Rodrigo pero estén seguros que más de uno hubieran fallecido irremediablemente de no ser por el equipo de profesionales sanitarios que atienden sus festejos taurinos.

No siempre pudimos hacerlo, como ocurrió aquel Martes de Carnaval de 1.986, cuando un toro hirió de forma atroz y repetidamente a un joven de Lumbrales en la zona de El Registro ocasionándole la muerte casi instantáneamente, sin que se pudiera hacer nada por salvarle la vida en la enfermería.

Pero en estos últimos años hemos tenido heridos y lesionados delicadísimos, con momentos tremendos como sucedió con varias personas salvajemente corneadas… Y me acuerdo del muchacho mejicano herido en el abdomen que tenía una voluminosa hemorragia en la tripa.

O de Manuel Loza violentamente cogido por un toro el Domingo de Carnaval que le provocó heridas y lesiones de extrema gravedad, críticas...

O del chaval de Algete, en el año 2.010, al que el toro del aguardiente le tronchó el cráneo en la Bóveda del Conde y que llegó en coma profundo a la enfermería

Y de Juanfran, aquel chico jienense al que un toro de Barcial le partió el hígado y le arrancó un riñón durante una capea el lunes 7 de marzo de 2.011….

Y de Benjamin, el joven norteamericano que el pasado año fue corneado con saña durante el encierro del sábado, sufriendo varias cornadas que le dañaron gravísimamente y que nos obligaron a intervenirle durante más de tres horas y le mantuvieron hospitalizado dos meses.

Pues bien, todos fueron sacados adelante, salvados, en la enfermería, gracias al trabajo y entrega de muchos profesionales intachables, mis compañeros, que soportaron momentos interminables de una tensión e incertidumbre descomunales… Momentos que dejaron profunda huella en todos tanto física como anímica y que lo hicieron porque forman un equipo entregado a la cirugía taurina más dura: la que hay que ejercer en las enfermerías de los pueblos como Ciudad Rodrigo, lejos, muy lejos, de los hospitales.

A los que, por cierto, llegaron en las mejores condiciones posibles custodiados, vigilados y amparados por esos ángeles de la guarda que son los profesionales y voluntarios de la Cruz Roja sin cuya dedicación y esfuerzo, nuestro trabajo quedaría incompleto. Mi consideración profesional y mi afecto personal vayan siempre para todos ellos.

Ustedes entenderán que pregone, en gran medida, este legendario Carnaval del Toro desde el reflejo que me ofrece la parte luctuosa, amarga, de la diversión… La que he vivido desde la Enfermería y he compartido con mis compañeros del Equipo Médico. Una fiesta en la que nunca nos gustaría ser protagonistas.

Aquí, en el antruejo mirobrigense, los protagonistas deben ser sus gentes y quienes, desde toda España y desde muchos lugares fuera de ella, acuden para desafiar al otro protagonista, al toro, a quien se homenajea mañana, tarde y noche. Porque si los carnavales son mascarada, comparsa, alegría… Aquí, además, se festejan jugando al toro.

Y desde el respeto. Porque en el Carnaval de Ciudad Rodrigo, se admira al toro como en pocos sitios: en Ciudad Rodrigo la fiesta del pueblo con el toro en la calle es un sentimiento. Durante los próximos cuatro días acudirá la gente, vendrán los aficionados, a reivindicar la tauromaquia popular; a rendir pleitesía y respeto al toro bravo, nunca a maltratarle. A retarle si, pero desde la tradición recibida y con toda la pasión que admite rivalizar con este animal. Y en esa disputa, claro, se presentarán los heridos. Y entonces la Enfermería será el punto de la noticia. Y entonces nosotros volveremos a concentrar las miradas. Siempre fue así y así seguirá siendo.

Y por eso continuamos, viviendo el Carnaval de Ciudad Rodrigo de una forma distinta a la de cuantos acuden a esta vieja ciudad con la intención de disfrutar de ella a través del toro bravo, en alerta muchas horas al cabo del día, empleándonos a fondo cuando surgen los percances, descansando cuando se puede y disfrutando, como es lógico, en los momentos y ratos que nos deja la incertidumbre del encierro ó la capea, para descargar la inevitable ansiedad que estos deparan.

Sintiéndonos halagados por la repercusión que, entre los profesionales médicos de diversas plazas de toros españolas, francesas, americanas…tiene nuestro trabajo; médicos que acuden a Ciudad Rodrigo estos días para compartir nuestra actividad y a quienes agradecemos su presencia, apoyo y respeto durante el Carnaval y en diversos foros científicos nacionales e internacionales donde acuden.

Y es que el Carnaval del Toro, Ciudad Rodrigo, es una extraordinaria escuela -y ustedes lamentablemente supondrán por qué- para hacerse médico taurino. Por eso procuramos que a nuestro lado estén jóvenes médicos a quienes instruir en cirugía taurina con el objetivo que ellos, un día, continúen nuestra tarea en las plazas de toros.

Con nosotros observan, colaboran y asimilan los principios básicos que exigen las heridas y los heridos por asta de toro. Aprenden a respetar y valorar como se merece a quien se enfrenta a un toro y cae dañado. Descubren por primera vez, y así empiezan a adiestrarse, en las técnicas operatorias de las cornadas. Perciben las diferencias que hay entre la medicina y cirugía hospitalaria y la que, forzosamente, se tiene que hacer en las plazas de toros de tantas localidades de España.

Así quiero finalizar mi pregón, por donde empezó, viéndome ahora reflejado en estos jóvenes y futuros médicos taurinos, como era yo hace más de treinta años, cuando vine a Ciudad Rodrigo por primera vez para hermanarme con ella, con sus vecinos y con su Carnaval del Toro para siempre.

A lo largo de estos años la cirugía taurina ejercida en la Enfermería bajo el Ayuntamiento me ha procurado alguna aflicción, desde luego, pero, sobre todo, infinidad de satisfacciones: las maravillosas sensaciones de sentirme útil curando heridas, salvando vidas, mitigando sufrimientos físicos y anímicos; y también conocer a tantos compañeros, mis hermanos de cirugía taurina, y compartir con ellos nuestras experiencias, las buenas y las menos buenas.

Seguramente he pecado de egoísta por mostrarles una visión demasiado personal y subjetiva de esta fiesta, la que acontece entre los años 1.985 y 2.015. Ustedes me sabrán perdonar por haber aprovechado mis vivencias, emociones y recuerdos personales de tantos años para exponer lo que ahora, tanto tiempo después, representa para un hijo de Zamora el Carnaval del Toro de Ciudad Rodrigo.

Pero es que Ciudad Rodrigo me recuerda cada Carnaval que los años nos van dejando una huella profunda, sobre todo interior; que personas que quisimos nos han dejado pero que su espíritu y su entusiasmo no nos abandonan y que cada Viernes de Carnaval, cuando suene la Campana Mayor por primera vez, regresaran para permanecer durante cuatro días junto a nosotros en las robustas arcadas del Ayuntamiento.

Rememorar estas vivencias me ha hecho muy feliz y por eso les doy a todos ustedes las gracias de corazón.