En memoria de Javier Cabrera, “Javi el de Bocacara”

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PUERTA ABIERTA PARA UNA ETERNIDAD


En memoria de Javier Cabrera, “Javi el de Bocacara”



Una multitud llegada desde donde menos se pensara rodeaba la plaza de toros de Barcelona. Saltaba a la vista que no podía haber “papel” para todos. En esto que, con más de una hora de antelación sobre el inicio del festejo, se abre una puerta de servicio en un lugar alejado de la entrada del público en general; y la monumental se traga a unas pocas docenas de personas que allí estaban. La puerta la abrió el Juanillo “el chico para todo” de la plaza, los guardas de la seguridad privada lo abroncan sonoramente y los afortunados se pierden entre el público en general. Nada pasa por casualidad. Al llegar a la meseta de toriles allí estaba Javi con un rinconcito y un refresco previstos Estaba sudoroso, disgustado y muy activo. Tenía cara de circunstancias. Al rato se puso una camisa roja y se enroló toda la tarde con el tiro de arrastre. 

Era la tarde del cierre, con Jose Tomás en los carteles. Una situación peculiar y dolorosa, propiciada durante años y a fuego lento por la intransigencia y falta de afición de otros y otros. Javi desde su condición de transportista, se había convertido, en una pieza más en el engranaje de aquella plaza, en el montaje y desarrollo de de cada festejo que allí se daba. Atrás quedaban lustros de viajes interminables con toros de todo comportamiento y condición; con madrugones, con calores y fríos, con llegadas a la ciudad Condal a horas y a deshoras, con mil peripecias; unas comunicables y otras dichas al oído. Una lucha que parecía morir estérilmente aquella tarde. Pero Javi miraba al horizonte a través de aquellas gafas de pasta; que le hacían más fácil ver futuro para él y su gente.
Aquellos brazotes de acero seguirían levantando puertas de libertad desde sus camiones, en cualquier plaza de toros; a la vez que retiraba la cara para que no se la partieran. El sabía lo que eran los derrotes y tarascadas de todo tipo. Su marcado carácter no le dejaba pasar inadvertido, no era un camionero más, ni un ganadero, ni un vecino más, ni un alcalde más. Javi era Javi. Su fuerte personalidad le hacía, no fanfarrón, pero si distinto. Tenía condiciones para el liderazgo y las ejercía.
Ayer tarde, otra multitud llegada desde donde menos se pensara rodeaba la Iglesia de su pueblo, A Javi se lo ha tragado la puerta de la eternidad. Ahora en este agresivo comienzo verano, con calores impropios, Javi se va de forma impropia: de una tarascada certera en la flor de la vida, con mucho que vivir, con una familia que le van a echar de menos, tanto como fuerza y aliento recibirán de su imborrable rastro de vida. Pues su lucha tampoco ha muerto estérilmente en esta tarde de Junio, su surco queda abierto para siempre.
Descansa Javi, que lo mereces. 

Antonio Risueño