​El globo rojo

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Me acabo de acordar, era un precioso mediometraje de Albert Lamorisse rodado en 1956. No tenía diálogos, solamente música y una historia conmovedora de un niño (hijo de Lamorisse) que encuentra un día un globo rojo que le sigue y juega con él por las calles de París y hasta su escuela. El globo “muere” a manos de una banda de desalmados. Todos los globos de París vuelan al lado del niño para consolarle de su desolación por la pérdida de su amigo.


Yo tenía trece años, estudiaba en un Instituto público situado en el Parque del Retiro de Madrid y me fugaba por un hueco de la alambrada para ir corriendo al cine Bellas Artes y ver aquella película una y otra vez.


Hoy estoy siguiendo otra película, otro globo rojo, pero este no sigue a un niño, a la inversa, son inmensas multitudes las que le siguen a él enfervorecidas.


¿Por qué le siguen? Porque es atractivo, porque les da sensación de participación, porque les hace sentirse mayoría no silenciosa. Porque el individuo en el anonimato de la masa se siente amparado y capaz de expresar ideas sin a penas palabras.


El globo vuela airoso, muy alto en el cielo, esquivando las nubes y la gente le sigue. El globo rojo les dice que son importantes, que sus derechos son prioritarios, que los abandonados volarán con él por el cielo.


Y así pasa un tiempo, pero el sol ha afectado a su brillante color, ahora es un rojo apagado. Ha perdido un poco de gas y ya no vuela tan alto. Ahora tiene que esquivar tejados, farolas y carteles.


En breve espacio de tiempo empieza a volar al alcance de las manos que le siguen. Ahora está arrugado, sin fuerzas y las manos lo zarandean de uno a otro lado. Choca contra las paredes, cae y las manos lo levantan pero a penas unos centímetros del suelo.


Un hombre lo atrapa, lo estruja entre sus manos y el globo agonizante explota. El hombre lo tira a una papelera. La masa se dispersa en busca de otro globo.


Si no les ha gustado mi alegoría lo entenderé porque es triste, pero realista. Los globos siempre acaban desinflados, aunque sean rojos. Lo que permanece debe ser menos vulnerable. La ilusión y el entusiasmo generan fuerza pero si no van acompañadas de comportamientos irreprochables, de solidez en las ideas, de claridad en las respuestas, acaban en el abandono.


Si Izquierda Unida y Podemos son globos rojos el sol y el tiempo nos lo dirán.

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