La tradición de elaborar aguardiente aún sigue viva en los pueblos de La Raya

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GUMERSINDO SIERRO, DE CASTILLEJO DE MARTÍN VIEJO, CON UNA ALQUITARA DE LATÓN


La elaboración del aguardiente, tras la época de la vendimia, es uno de los oficios clandestinos que aún perdura en los pueblos de La Raya salmantina, tanto en la parte española como en la zona limítrofe de Portugal.

El aguardiente, obtenido del hollejo que sobraba de la uva, tras pisarla para elaborar el vino, tenía muchos usos durante todo el año para los campesinos, aunque, sobre todo, era un buen estimulante para iniciar la jornada de labriego.

En todos los pueblos de La Raya, tales como Villar de Ciervo, Villar de la Yegua, Puerto Seguro, La Alameda de Gardón, Castillejo de Martín Viejo o Fuentes de Oñoro, había numerosos alambiques, denominados en esta zona "alquitaras", que se escondían en los desvanes para eludir problemas con la justicia.

El aguardiente se elaboraba con alambiques de cobre que se compraban en los pueblos próximos de Portugal, como Vilar Formoso o San Pedro de Rio Seco y era motivo, además, de contrabando.

Era habitual que en todos los pueblos existieran algunas personas que vendían el conocido como aguardiente casero, práctica que está casi desaparecida, ya que este licor de orujo de uva sólo lo elaboran para consumo propio.

La gente mayor que ya no puede labrar la viña prefiere acudir a algunos pueblos vecinos de Portugal para comprar el aguardiente.

A mediados del siglo XX, las familias elaboraban el aguardiente en lugares muy escondidos, como las caballerizas, ya que en el proceso de destilación se desprendía un fuerte olor que podría delatar la práctica, más aún si era una noche de viento.

Además, lo elaboraban por la noche e, incluso, esa misma madrugada lo transportaban con sus caballerías para venderlo en algunos pueblos de Portugal, como han reconocido algunos vecinos de pueblos como Castillejo de Martín Viejo, Fuentes de Oñoro o La Alameda de Gardón.

Los mayores del pueblo aseguran que si te sorprendían, tenías un fuerte multa económica y, además, te llevaban preso al cuartelillo.

Para que el aguardiente tenga un buen sabor, las gentes conservan el hollejo de la uva durante dos o tres semanas y lo tapan con pajas de centeno, para que el sabor sea más agradable al paladar, según Gumersindo Sierro, que reside en la localidad de Castillejo de Martín Viejo.

Transcurrido el tiempo, el "vagazo" de la uva se coloca en el recipiente inferior del alambique y se calienta para que el jugo fermentado, ya convertido en alcohol, choque contra la parte superior de la "alquitara" donde hay agua fría.

En ese momento, por condensación, el jugo se licua y se convierte en aguardiente, que va cayendo gota a gota por un pitorro hasta llegar a un recipiente.

Ahora, este oficio apenas lo practican una veintena de personas en toda esta zona del oeste salmantino, conocido como El Campo de Argañán.

Los viejos alambiques, algunos, los más antiguos, fabricados con latón, se usan, sobre todo, para decorar las casas de los pueblos, lejos de sus función destiladora.

Es habitual que, llegada la época de las matanzas caseras de los cerdos ibéricos, la gente de estos pueblos adquiera este aguardiente casero en algunos pueblos de Portugal, ya que es un condimento que se usa para la elaboración  del embutido del farinato.