Entre Robles

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 El fin del mundo

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        Como si fuese la primera trompeta del Apocalipsis, este sábado 22 de febrero pasó algo que, si nos paramos a pensarlo, nos dice cuánto nos hemos dejado esclavizar por las nuevas tecnologías: ¡el mundo estuvo algunas horas sin el Whatsapp! O, lo que es lo mismo, dejó de funcionar ese programa que nos permite charlar con cualquiera que tengamos en nuestro teléfono móvil por medio de letras, números y dibujos.

         Acostumbrados como estamos hoy día a estar siempre en contacto con todo el mundo por mediante los teléfonos, enseguida mucha gente, muy apurada, escribía en las redes sociales preguntando a todo el que se movía si les funcionaba el Whatsapp. ¡Qué íbamos a hacer ahora sin Whatsapp! ¡Tenemos que buscar otro programa! El otro programa al que la gente corrió a cambiarse, un tal Telegram. También dejó de funcionar debido a la avalancha de gente que lo empezó a usar de repente.

         El caso es que nos hemos hecho dependientes de las nuevas tecnologías. ¿Os acordáis cuando la gente era capaz de quedar en un sitio sin tener móvil? ¿Y cuándo con los teléfonos nada más podían mandarse SMS? Después llegaron los que tenían para hacer fotos. Ahora, con internet barato para todos los móviles, todo el mundo puede ver cualquier web, charlar con esos programas que nombramos antes, mandarse fotos, canciones, vídeos,... Ahora el problema es el de “¡que se me acaban los datos!”. Tan dependientes nos hemos hecho de estos entretenimientos (pues casi lo usamos únicamente para eso) que nos parece que, cuando algo falla, se acaba el mundo.

         Antaño, esto del fin del mundo era otra cosa. Sin tener en cuenta los miedos de los cambios de milenio (miedos muchas veces dirigidos desde los diferentes poderes), el fin del mundo venía dado por la naturaleza. El año natural moría con la muerte de la Madre Naturaleza. El Solsticio de Invierno, a finales del mes de diciembre, siempre fue muy celebrado debido a que, desde ese solsticio, los días empezaban a ser más largos y las noches más cortas., señal de que la vida empezaba a ganar terreno a la muerte.

         Y llegamos a esta época: los Carnavales o el Antruejo. Un tiempo este que, unas veces en el mes de febrero, otras veces en el de marzo, son las fiestas que nos indican que la primavera ya está cerca: no hace tanto frío, empiezan a brotar algunas flores, se ven ya brotes verdes en los campos (los de verdad, no los inventados por los políticos)... Vuelve la vida a la Tierra, empieza el año natural. Y, de la misma manera que en los tiempos modernos celebramos por todo lo alto el cambio de año entre el 31 de diciembre y el 1 de enero, los antiguos celebraban ese nuevo año, esa vuelta de la vida con unas fiestas grandes que han llegado hasta nosotros y que vamos a celebrar estos días.

         Alguno quizá piense: “¡Pero qué dice este muchacho!”. A lo que se puede responder de una manera muy fácil: el calendario que usamos hoy día no ha existido siempre, así que no siempre el año empezó el día uno de enero (ni siquiera en la actualidad empieza en todo el mundo el mismo día). Antiguamente, en el mundo romano, el año empezaba en el mes de marzo. Si nos paramos a pensar un poco, vemos que es así. Septiembre tiene ese nombre porque era el séptimo mes; octubre, el octavo; noviembre, el noveno; y diciembre, el décimo. ¿Es casualidad que se parezcan esas palabras? No.

         Lo que es seguro es que los Carnavales son una fiesta muy grande y que todos vamos a celebrar y a disfrutar, igual en Ciudad Rodrigo (los más famosos de todos) o en cualquiera de los pueblos en los que vivamos a lo largo y ancho de nuestro Reino de León. Celebremos que, aunque no funcione el Whatsapp, el mundo no se acaba. ¡Feliz Carnaval a todos!