Antonio Risueño pronuncia un pregón para la Puerta del Desencierro cargado de recuerdos, nombres, pegado al terruño de la Socampana y con cierta intención de remover conciencias

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PREGÓN DE LA PEÑA PUERTA DEL DESENCIERRO

CIUDAD RODRIGO 25 DE FEBRERO DE 2014


Buenas noches a todos y a todas. Cumpliendo el encargo de ser esta noche pregonero de  esta peña, en su nombre os digo: muchas gracias por estar aquí, por haber venido escuchar. Escuchando se vive, también se aprende, pero no va a ser el caso. Por mi parte agradezco  este barbecho abierto que en esta noche me han regalado estos amigos de la peña PUERTA DE DESENCIERRO. Un barbecho en el que quiero sembrarme con entrega sin dejar nada no cubierto por la tierra de vuestra confianza pues ya sabéis que “el grano que no cae en tierra y muere queda infecundo, sin embargo el que se pudre y muere da mucho fruto”. Gracias por este barbecho

 PREGÓN

Sabemos bien que no es lo mismo ser hombre de palabras, que hombre de palabra y ustedes Puerta del Desencierro me piden los dos cometidos; que cumpla con mi palabra; compromiso contraído y que lo haga llenando este, sobretodo entrañable Teatro Nuevo, de palabras tantas como tiene un cántaro de vino. Porque la palabra es uno de los  grandes instrumentos con que fuimos dotados los humanos, para así poder transmitir ideas, sentimientos, inquietudes, matices. Las formas de hablar muestran la salud de una sociedad, los niveles de agresividad o de plenitud. La alegría de vivir y la búsqueda por una existencia digna carga un leguaje; en otros casos. la antipatía o la envidia. A veces, de la ligereza e inconsciencia. Hemos de reconocer que no está de moda el lenguaje amable o las palabras educadas, impacta más el mal gusto y la transgresión. Sea como fuere el uso de la palabra es otro signo de la libertad humana, con efectos y consecuencias positivos o negativos según su uso e intención.


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Pregonar es dar una información en voz alta para todos, dar anuncios y noticias. Hacer un pregón festivo es pintar un cuadro, me decía hace poco el Poeta Tomás Acosta, de mi querido  Navasfrías, un cuadro que recuerde y recree la realidad, evoque y provoque, que nos meta en fiesta y en ganas de broma, que abra puertas y cierre heridas. Hacer un pregón siempre te trae el temor de aburrir, como aquel ilustre columnista del  Madrid de la postguerra que tras dar el pregón de Navidad en un colegio, salto la copla diciendo “En un colegio de Madrid hablo Don Federico Muelas y cuando terminó, las pastoras eran abuelas”

También cuando te entregan un trozo del muy preciado silencio se cae en la tentación de disertar sobre un solo tema, convirtiendo el pregón en conferencia, confundiendo y haciendo confundir los términos. Un pregonero ha de ser un romero de la palabra, como decía León Felipe:


Ser en la vida romero,
romero sólo que cruza siempre por caminos nuevos.
Ser en la vida romero,
sin más oficio, sin otro nombre y sin pueblo.
Ser en la vida romero, romero..., sólo romero.
Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo,
pasar por todo una vez, una vez sólo y ligero,
ligero, siempre ligero.

Que no se acostumbre el pie a pisar el mismo suelo,
ni el tablado de la farsa, ni la losa de los templos
para que nunca recemos
como el sacristán los rezos,
ni como el cómico viejo
digamos los versos.

Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo.
Pasar por todo una vez, una vez sólo y ligero,
ligero, siempre ligero.
Sensibles a todo viento
y bajo todos los cielos.

 


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Por eso, este pregón quiere pasar por muchas cosas sin quedarse en nada, abriéndonos al horizonte de la fiesta en este querido carnaval. Una fiesta que se vive en las calles y en la plaza, en los tablaos, en los bares, en las carpas, en las atracciones infantiles y como no, en las peñas. Las peñas en sus sedes y dando fiesta en la calle. Esa es la intención de esta Peña que a ustedes y a mí nos acoge en esta noche.

PEÑA PUERTA DE DESENCIERRO


          Hablar de la Peña Puerta del Desencierro es hablar de un grupo de personas que durante años corren el encierro en la calle Madrid,  en tramos de diferente distancia, según la edad y las  condiciones físicas.  Años y años corriendo el encierro en ese tramo en el que unos entraban en la plaza y otros tenían previsto el rincón donde quedarse, dejando que este pasara. Una vez los toros en la plaza y posteriormente en los chiqueros, el portal de Abarca congregaba al grupo de corredores no profesionales, de distintas edades, algunos amigos entre si y todos farinatos. Lo mismo a la hora de esperar el desencierro y después de este. Si esas paredes hablaran…Que nos dirían esas viejas puertas de madera, o las paredes del Palacio del Marqués de Cerralbo, también llamado Casa de los Cueto, hoy conocido por todos como la Casa de Abarca. Cuantas emociones, nervios, miedos y sustos se habrán empapado en el caldo de la amistad y numerosas pintas de vino.

Fue la constitución de interpeñas y su compromiso por cuatro años de organizar el Carnaval, la chispa que provoco la fundación de esta Peña, que se constituyó formalmente el 17 de Febrero de 1980. Es evocador para mí el nombre que le pusisteis pues cuando éramos pequeños en el Colegio de los Sitios jamás hablábamos de “hacer encierros, sino desencierros”; a buen seguro, resulta más fácil acogerse a las connotaciones de apertura, liberación y estampida que la palabra “desencierro” tiene. La finalidad no era hacer peña hacia dentro donde pasar entre amigos estas fiestas con la comida y la bebida organizadas, sino ayudar a ensalzar el carnaval, reconociendo a las personas mayores la participación en nuestras fiestas. De aquel grupo estáis sentados aquí Nano Marta, Paco el de la Seat, Paco el peluquero, Chema Dorado, Alberto el de la Óptica, Ángel el del Banco y Jose Tabeque descendiente de aquel que paseaba con las hijas de Chapela por el puente de madera. Treinta y cuatro años, ahí es nada! La fidelidad os ha hecho grandes y la edad pequeños. La fidelidad que es estar dispuestos a resolver los problemas y a no cansarse de los placeres. Desde la orilla de la eternidad os contempla Benito Hernández Lucas, Nano Vegas, Manolo Calvo, Dionisio Puntillero, Gregorio Etreros, Jaiche, Juan José Alfonso y en reciente marcha, Jose Luis Barco, Antonio Villares, Pepe Vegas y el querido y recordado, Chelis Abarca.

Aquel año ya tuvisteis Porteros Mayores y madrinas. Para los hombres Dionisio el Puntillero, a quien no recuerdo  y el entrañable Goyito, dos peñistas vuestros fueron reconocidos; de entre las mujeres reconocisteis a Tere Vegas y a Conchi Cardoso de quienes tampoco tengo memoria. Sin embargo fuisteis al bulto en la tercera ¿qué mirobrigense no tiene en su retina algún lance carnavalero o no, de Choni Alaejos? Aquellos reconocimientos fueron una importante declaración de intenciones dando voz a los sin voz, elevando a los sencillos y no sencillos, reconociendo la humilde voluntad de compromiso y participación de personas de todo ámbito que hacían vida en Ciudad Rodrigo, que no volvían la cara ni cogían el coche cuando sonaba el reloj suelto, sino que estaban ahí, a pie de calle o en el desempeño de sus oficios haciendo de nuestro pueblo, lo más bonito que se puede decir. Un pueblo en fiestas.

En mi mente de niño, y  no tan niño contemplo como habéis nombrado Porteros Mayores al carpintero Antonio; al médico D. Pedro; al cisquero Carolina; al maestro D. Alfonso; al jornalero Cascarilla; al barrendero Basilio; a Chan el carrero; a los  labradores Orencio y Vicente Sevillano; a los tratantes Juan Antonio Lanero; a Leoncio Macotera y al popular Che; a los Carrilanos y a los Cardoso; a los ganaderos Lorenzo Pacheco y Manolo Carretas; al hombre de negocios Baldomero Benito; a los hosteleros Teo y Maxi Toribio y su compañero Tino Moreno; a la Charanga Los Pocapena y a la Rondalla Tres Columnas; al maletilla Conrado; el entrañable Riche, a los carnavaleros Ángel de la Nava, Calditos y Visin, a Tomás “esquiliche”, al romanero Juvenal, Angel el pregonero y quico Jollines… Recientemente, recuerdo como nombrasteis a Victorino Risueño, mi padre y a Alfonso, el de la Caridad. Aquel año, en vez de nombrar porteros, montasteis una enfermería pues mi madre llegó al Pregón desde el Hospital y Alfonso se fue al Hospital después de que lo nombrárais portero el lunes de carnaval y con quien, en su preocupación por tener que pasar por el hule, echamos unas carcajadas ante mi gracia “Alfonso un hombre de campo no se muere tan fácil”.

Estoy seguro que han sido numerosas las personas a las que el fin de su vida, que no los méritos, les ha impedido ser nombrados Porteros. Se me viene a la memoria y al corazón una persona carnavalera y con una actividad que no habéis nombrado nunca, D. José María Galache, el cura del Bolsín.

Este año, habéis tenido el acierto de nombrar a otra pareja, Emilio Ramos y Tasio Mangas, nacidos y criados en la calle Santiago Vegas Arranz; hombres que junto a sus mujeres han tenido la suerte de llegar a la jubilación. Compartieron niñez y esta noche compartís estrado. Mantengo mis ojos de niño viendo en Emilio a un pintor de brocha fina, escalera larga, mono y gorro blanco, que junto a su hermano, mi pariente Paco, desgranaron décadas de profesionalidad y honradez en este Ciudad Rodrigo del alma. Emilio vive el carnaval plenamente y no digamos el precarnaval… su pertenencia a la Rondalla Tres Columnas, de la que es casi decano, es para él el hilo conductor para hacer fiesta, dar la murga, hacer gracias y soltar la risa; la pandereta de Emilio no deja de sonar en las vísperas de Carnaval, ni nunca. A Emilio lo acompaña esta noche Loli, su mujer, la de siempre, la madre de sus hijos, una ama de casa de esas que ven sin mirar y escuchan sin oír. No sé si caéis en la cuenta, querida Peña, lo importante que es dar significación a esa figura casi desaparecida que es la de ama de casa, la que no está apuntada al paro, que esta entregada con cariño y una pericia profesional a echar una familia para adelante y no hace echar de menos el sueldo que podría traer.

Tasio Mangas ,mas 40 años en la Ferretería González, 3 generaciones, el Sr. Cesareo, Sertorio y Gonzalo y ahí siempre Tasio, con su amabilidad para vender balines, su perfeccionismo haciendo las cosas  y su R8 azul aparcado a la puerta. En su juventud animó el carnaval y la fiesta dando música, voz y alma a las coplas que cantaba en la desaparecida Rondalla “Los Charros de Miróbriga”. Tasio cambió de barrio, dejó la calle Santa Clara y se bajó al Barrio Nuevo del Puente, por eso de que “el casado casa quiere”, hizo casa y vida con su mujer, Ceci, a la que esta noche, también le rendimos homenaje en su condición de esposa, de madre y de paciente cocinera de la “Escuela de Capacitacion Agraria”. Cuando aquello cerró la transformaron en administrativa.

Mención aparte merecen para mí los empleados de colegios, seminarios y demás centros educativos: los chicos que por allí hemos pasado no han sido para vosotros clientes, hay un componente de cariño y dedicación que como decía Manuela, la querida cocinera de mis años de Universidad, “no os llamo hijos porque los míos me cogen envidia”. Desde aquí lanzo un emotivo recuerdo al Sr. Tomás, mirobrigense carnavalero, factótum en el seminario durante cinco décadas y con él, a su mujer Luisa y el resto de plantilla que durante años nos han atendido y siguen haciéndolo.

Nombrar porteros es hacer homenaje, hacer homenaje a personas que han sabido llevar la vida como una puerta, con sencillez, eficacia, sagacidad, vista, saber moverla suave y saber empujarla con firmeza. El protagonista es la puerta, el protagonista es la vida.

PUERTA

Hablar de PUERTA en esta vida es hablar de los límites necesarios que nos hacen falta para abrirnos y replegarnos, para soltar y contener, para dar y retener. La Puerta en nuestro Carnaval significa siempre apertura y también custodia, custodia del encierro que ha entrado y ha de capearse, custodia de los valores más importantes que la vida y la fiesta tienen, la entrega, el trabajo, el humor, el valor, la flexibilidad y la responsabilidad que todos tenemos, aun haciendo fiesta.

Hace un momento, comentaba que si la Puerta hablara, cuanto tendría que decir. En mi retina de niño, conocí esa puerta, vuestra Puerta, pintada con la publicidad de PIMIRSA, desaparecida fábrica de piensos de nuestro pueblo. Una puerta segura para salir en la foto delante del encierro con la facilidad de encontrar olivo pronto en las tablas de la plaza. Una puerta en la que quedan también bonitas las fotos del encierro a caballo: jinetes, corredores, garrochas toros y cabestros, se funden en una amalgama de color, ritmo y emoción. Llegar a esa Puerta para un jinete significa haber pasado varias horas a caballo, soportando voces, gritos, espantos, nervios, preocupación, miedos, peligros y la lógica resistencia que del cuerpo sale de quedarse para atrás para no tener problemas.

Los desencierros son una modalidad taurina en extinción, pues en muchos lugares, el ganado que se encierra ya no sale, bien porque se le da lidia y muerte en la plaza o se lleva al matadero en camión. Son numerosos los trámites burocráticos, con sus correspondientes tasas, los que hacen que muchos desencierros se estén dejando de dar. Sin embargo, con el desencierro se llena el recorrido de espera, vuelve a sonar el reloj, carreras, gritos, sustos y miedos vuelven a hacer que la adrenalina de mucha gente adquiera los niveles esperados. He conocido dos formas de desencerrar: una, soltando todos los animales a la plaza y abriéndole la puerta, vuestra Puerta, para que de forma agrupada hagan carrera hasta los corrales de San Pelayo; otra, dejando la Puerta del Desencierro abierta y soltando los toros de uno en uno, que como una ametralladora que va poniendo sus balas en la calle, los bueyes irían detrás recogiendo a los rezagados. Me han contado, que en otros tiempos esta última forma de desencerrar se tuvo que dejar de hacer, porque al llegar los novillos solos, flojos y capeados, eran recortados y posteriormente cargados a mano por los mozos del arrabal, a cuyo mando estaban Modesto, Felipe y Sebastián, los populares “brazoslargos”.

La Puerta que se abre y que se cierra, provoca que la emoción del Carnaval pase por ella, o más bien, provoca parte de las emociones de nuestro Carnaval del Toro. Sin esa puerta, el Carnaval, los encierros y los desencierros serían diferentes.

 

CIUDAD RODRIGO

            Con todas las personas que hablas y le dices de dónde eres, identifican enseguida este pueblo con Carnaval y con Toro. Ciudad Rodrigo sin Carnaval de Toro sería otro Ciudad Rodrigo. Muchas veces, cuando vuelvo a Ciudad Rodrigo y me escurro entre el Teso de Campanilla y el Teso de María de la O, o bajo el puente de la via  de San Giraldo, y me vuelvo a encontrar con mi pueblo se me ocurre aquello de:

“De sobra sabes que eres la primera,

Y no miento si juro que daría por ti la vida entera.

Sin embargo, un rato cada día,

Te cambiaría por cualquiera,

Te engañaría con cualquiera”

 

Ciudad Rodrigo, para mí es casa y cuna, vida cotidiana y ancestros… Se pierde la mirada hacia atrás cuando veo las generaciones que han vivido, nacido y muerto en el entorno de esta Ciudad y que han dado paso y vida a mi persona y a la de mi familia. Habría que remontarse a los cabreros de la sierra monsagreña, que después se convirtieron en hortelanos-renteros de D. Ángel Mirat en la Huerta de las Viñas o a los Furcas, que con su carros y mulas tenían lo que ahora podríamos llamar una pequeña empresa de transportes en el Arrabal del Puente, o a los Gachos de Cantarranas, que procedentes de Robleda y de Zamarra lucharon contra viento y marea arrendando, labrando, sufriendo y sudando yugadas que al final pudieron comprar a distintos propietarios. También y por último, a los renteros del Valle y Gazapos; posiblemente los últimos que llegaran por estas tierras a mediados del siglo XIX pero también los que fueron más jacarandosos a la hora de venir a encerrar, echar bueyes y novillos al Carnaval y de ponerle los cencerros grandes a las parejas para venir a pagar la renta de trigo a la casa de los Nogales Delicado, en frente del Palacio de los Águilas.

            Siglos de existencias ligadas a Ciudad Rodrigo, gente humilde en el campo, con ganas de vivir y luchar y sin volver la cara a este pueblo y a esta tierra. Por supuesto, que son varias generaciones que emparentaron con multitud de familias de Ciudad Rodrigo, también ligadas a la socampana, al trabajo y al campo. Si nos quedamos un poco más cerca, hemos de tocar con la yema de los dedos a familias como los de Conejera o los de Palomar, Peranchos y Gorreros…Si damos un paso atrás, los de la Huerta de la Toma, la Aceña o los Bañeros de San Giraldo: hombre sagaz el padrino de mi madre, Antonio Alonso “El Bañero”. A principio de la década de los 70, una fuerte riada se llevó por delante los baños de San Giraldo, un modesto estanque que servía a la gente de Ciudad Rodrigo de piscinas municipales; el Ayuntamiento impulsó el proyecto de unos baños modernos y los encargados de la ingeniería de tal obra diseñaron una piscina junto al puente de la vía. El tío Antonio, con su sombrero y sus pantalones de pana, discutía diciendo que aquella piscina no se enterraba, que si quedaba en el aire, se agrietaría; los técnicos defendían con mil argumentos muy cualificados la viabilidad de los nuevos baños de San Giraldo; El tío Antonio se cuajaba el sombrero y marchándose les decía ” Habrán estudiado mucho, pero bien poco saben”. Las nuevas  obras de la Autovía esconden en cierto modo las ruinas de aquella obra, que por agrietarse, no se llegó a estrenar.

            Permitidme haga un recorrido rápido por mis recuerdos de Ciudad Rodrigo, realmente no los tengo de otro sitio… Recuerdos que se pierden en las nebulosas de mi mas tierna infancia: Ferias de Ganado, Pescadería de Inocencio, la tienda de , el comercio de La Parra, la Carnicería de los Baretas, Procesiones de Semana Santa, bodas en el Porvenir o en el Moderno, la casa de los abuelos en la calle Santo Domingo o de los tíos en la calle Santa Clara, primer día de clase en el Colegio de los Sitios, con su comedor, que atendía niños a dos turnos procedentes de la zona sur de la socampana (el Bodón, Carpio, Villar de la Yegua y posteriormente, de Ivanrey y de Agueda), maestros y maestras;  autobús de ida y vuelta con Isidro González, una señora mayor que tenía un perro y estaba coja que vendía café de contrabando en una casita junto a la muralla, las golosinas que nos vendían en el Carro Pepe o en el Carro Maura; también vendían algo de más consistencia en el Comercio de Amelia y de Félix Boliche de la Plaza; D. Eladio el cura y D. Andrés del Brío, quien me dio la comunión y después de secularizó. Recuerdos de un ámbito urbano que me devolvía cada día, junto con mi hermano, a la finca de “Fresno de Hortaces”, un submundo a estas alturas desaparecido, con encargado, pastor, porquero, vaquero, tractorista y chico para todo; donde los niños cada tarde teníamos como tarea poner el agua desde el sondeo, recoger las yeguas e ir a por las vacas lecheras al prado. Un estilo de vida que sin duda conforman una forma de ser y de entender la existencia.

            Aquel mundo rural ya no existe, aquel Ciudad Rodrigo tampoco existe… pero eso no puede dar lugar a la tristeza ni a la nostalgia, actualmente, los números cantan pero la situación tampoco es nueva, Ciudad Rodrigo ha estado más veces en crisis que en bonanza. El tener un carácter conservador y un tanto apático nos parece negativo a todas luces pero posiblemente nos dé capacidad para capear el temporal haciendo verdad la copla del Arrabal del Puente ante la posibilidad de las devastadoras crecidas: “Somos del Puente, no lo negamos y si el río viene, lo toreamos”. Por eso, los farinatos nos comprendemos a nosotros mismos como gente resistente.

            Hablar de Ciudad Rodrigo es también hablar de su Comarca, actualmente flaca y despoblada, sin la fuerza que siempre tuvo para llenar su mercado, sus tiendas, sus bares, sus días de fiesta, sus colegios y su Seminario. Esta situación actual nos hace comprender, de manera tajante, que corremos la misma suerte.

Alguien tuvo la bellísima ocurrencia de denominar “socampana”  a toda la zona en la que se escucha el reloj suelto o el címbalo de la Catedral. Cuentan de un mirobrigense muy arraigado a su terruño que, cuando comprobó que no se escuchaba el címbalo desde una finca que iba a comprar, sin mirar la vida de su monte ni la calidad de sus pastos dijo tajantemente “no me interesa”. Nuestra socampana formada por los campos de Ciudad Rodrigo, Agadones, El Rebollar, los campos de Azaba, Argañan, el incipiente Campo Charro, las Tierras de Yeltes y los límitrofes pueblos con Las Hurdes han dado siempre calor y vida a Ciudad Rodrigo. Una realidad que, a fuerza de ser sinceros, hemos de reconocer que no siempre ha sido mutua.

Hablar de la socampana de Ciudad Rodrigo, de sus pueblos, de sus espacios adehesados nos hacen entrar en la historia recordando el poema de Gabriel y Galán:

GANADERO

 

Tiene un viejo caballote,

de gigantesca armadura,

buen correr, mala andadura,

largo pienso y alto trote.

 

Tiene dos perros de presa

de ancha boca dentada,

por si una res empicada

se desmanda en la dehesa.

 

Tiene dos galgos zancudos

de ojos vivos como chispas,

flacas cinturas de avispas

y curvos dorsos huesudos:

 

dos destructores crueles

de las liebres y los panes,

pues corren como huracanes

y comen como lebreles.

 

Tiene nada a lo moderno:

perdiz con ancho jaulón,

escopeta de pistón

y polvorines de cuerno.

 

Y tiene tan larga capa,

tan ancha capa de paño,

que al caballote castaño

nalgas y cuello le tapa.

 

Gran pensador de negocios,

ladino en compras y ventas,

serio y honrado en sus cuentas,

grave y zumbón en sus ocios,

 

vividor como una oruga,

su vida de siempre es ésta:

con las gallinas se acuesta,

con las alondras madruga.

 

Clavado en la dura silla

de su viejo caballote,

se va a Extremadura al trote

y al trote torna a Castilla;

 

 

y toma allá montaneras,

y arrienda aquí espigaderos,

y busca allá invernaderos,

y goza aquí primaveras,

 

y viene y va con ganado,

y vende, y vuelve a arrendar,

y paga y vuelve a criar...

y siempre está atareado.

 

Y entre tantos trajinares,

aun puede al año unos días

lucirse en las romerías

de los rayanos lugares;

 

porque el intrépido charro

juega tan bien a la calva,

que no hay en tierra de Alba

quien no respete su marro.

 

Ni hay labrador ni vaquero

que de tan brava manera

coja una manta torera

y eche a rodar un utrero.

 

Nadie como él ha lucido

yeguas en las «cuatropeas»,

y mantas en las capeas,

y marros en el ejido,

 

rumbos, en las romerías,

maña en los retajaderos,

fuerzas en los herraderos,

y en las tientas, valentías.

 

Pocas habrá tan certeras

cual sus sagaces miradas

para arrendar otoñadas

y calcular montaneras,

 

pesar un novillo «a ojo»,

vender oportunamente,

saber observar prudente,

saber mirar de reojo...

 

Mas, ¡ay, que todo declina!

Ya no baila, ni capea,

ya no lucha ni pulsea,

 

Ya con su grave figura

y su aspecto, antes bizarro,

sombras de aquel cuerpo charro

que fue broncínea escultura...

 

¡Y no hay que hacerse ilusiones,

porque al charro más valiente,

si se le arruga la frente...

se le arrugan los calzones!...

Ocho siglos y medio de presencia cristiana en estas tierras de Ciudad Rodrigo; la Diócesis, con su Seminario han dado vida y lo más importante, esperanza a casi un milenio de una tierra de “aquí me caigo, aquí me levanto”. Hablar de la Diócesis de Ciudad Rodrigo es hablar de la mas pequeña de España, con mucho pasado, reducido presente y angosto futuro pero, aún así, en resistencia. La asamblea diocesana que este año estamos viviendo es un esforzado instrumento para afrontar la realidad sin miedos y sin complejos.

 

CARNAVAL

Hablar del Carnaval y no repetir lo que ya sabemos es absolutamente imposible, hablar de Carnaval y no sentirse sobrecogido, emocionado, con ganas de fiesta, es más imposible todavía. Es esa necesidad que tiene el ser humano de hacer fiesta, que es sobrepasar lo cotidiano, lo que configura la verdadera tradición del divertirse. Divertirse significa salir de uno mismo, abrirse a lo otro, a los otros, para poder recuperar la identidad. No es tan cierto, que la fiesta vale para olvida. La fiesta vale para hacer vida, para ensayar situaciones nuevas, para recuperar experiencias y sensaciones perdidas. En resumidas cuentas, la fiesta es necesaria para vida como el pan de cada día. El Carnaval tiene tres bases importantes: la máscara, que es romper con el pasado e iniciar una nueva identidad y personalidad; la música, que mete en una magia, entrega, que como dice Joaquín Sabina “bailar es soñar con los pies”  y la participación: en Carnaval no podemos ser espectadores, “el que ve lo que hacen otros, no hace carnaval”.

Una participación en exceso, ya que el carnaval es exceso, derroche y transgresión. Ahí encontramos la verdadera tradición que se mantiene viva desde la noche de los tiempos, adecuada a usos y costumbres de cada tiempo y lugar. La tradición es algo bien serio, escapa al concepto que se ha divulgado últimamente de tradición para blindar usos obsoletos y costumbres desconectadas con el momento actual. Tradición no es repetir lo que hacían otros sin saber por qué, es mantener viva la satisfacción de una necesidad que llevamos las personas en lo más íntimo de nuestro ser. Por eso, no manchemos la palabra tradición, poniéndolo en plural, refiriéndonos a costumbres.

Nuestro Carnaval, el de Ciudad Rodrigo, no es como otros, puesto que tiene un componente nuevo, enigmático que también obliga a excesos y derroches hasta perder la propia vida: el toro. Bien es cierto, que al otro lado del Atlántico hay fiestas de carnaval con toros y al otro lado de la Raya, el Aldea do Obispo todavía se hacen encierros, largadas que llaman ellos, el domingo de carnaval.

Pero “Carnaval del Toro”, el nuestro. Un carnaval que es posible gracias a tanto trabajo anónimo, Ayuntamiento, Comisiones, Asociaciones, Peñas… ponen trabajo, dinero y esfuerzos silenciosos para que la máquina no pare. Cuanta gente trabaja los días de carnaval para que otros nos divirtamos o a lo mejor, todos trabajamos un poquito, todos hacemos algo. Capítulo aparte, por el gran esfuerzo que derrochan, merecen los transportistas, los encargados de corrales y agujas, el equipo de enfermería, las personas que trabajan en tiendas y supermercados, los encargados de suministros generales, siempre en guardia, el Centro de Salud y a ese gran colectivo, al que le tengo gran cariño, porque tanto mis dos hermanos y yo durante años corrimos su misma suerte, los camareros. De forma especial, recuerdo y hago homenaje aquí a mi compañero, jefe y amigo Benito el del “Candilejas”.

También hacemos mención a los conductores de transportes, a los gasolineros, a tanta gente que atiende a los de casa y a los que vienen, no me gusta llamar forasteros puesto que el carnaval hace que nadie se sienta de fuera, por eso, no puede ser de fuera quien comparte, goza y se apasiona por nuestras fiestas; tengamos presente a peñas taurinas, grupos de recortadores y grupos de amigos sin más, que se desplazan hasta aquí desde las localidades alcarreñas de Jadraque y Vidruega; los riojanos de Navarrete; El Rincon de Soto, Arnedo; madrileños de San Sebastián de los Reyes, Arganda del Rey, Chinchón; franceses de Dax, de Nimes; de Bougue y Vauver, quienes son una pequeña mención a tantas personas que han hecho del Carnaval algo suyo y que nos invitan a hacer de ellos algo nuestro.

 

EL TORO

Estamos en un momento, en que decir que me gustan los toros es echar una segura solicitud para encontrar antipatías y enemistades más que contrastadas pero como dice el poeta:

A Francisco de Goya le gustaban los toros,
a Ernest Hemingway le gustaban los toros,
a la bella Ava Gardner le gustaban los toros,
a Ortega y Gasset le gustaban los toros,
y a mi abuelo también.

A Joan Manuel Serrat le gustan los toros,
a Mario Vargas Llosa le gustan los toros,
a Almudena Grandes le gustan los toros,
a Luis Eduardo Aute le gustan los toros,
al japonés del siete le gustan los toros,
y a mí también.

El toro añade a la fiesta elementos imprescindibles para el Ser Humano: riesgo, desafío y verdad. Los encierros y desencierros hacen que se acerque ha nuestra ciudad personas no aficionadas que asumen el toro como un elemento más, que cuenta con una aceptación general; es algo que llamamos gratuito pero que no es porque se paga con impuestos, aportaciones de peñas y asociaciones. Hablar de toro es hablar de animal respetado, gordo, cuidado y tratado sin crueldad, que es lo que da consistencia a la tauromaquia; el toro en los llamados “festejos populares” ha posibilitado encuentro y comunicación, elementos culturales como la foto, el video, el libro, los museos, las revistas, desarrollo turístico y la tradición de mantener vivos los valores como verdad, suerte y el juego de la vida con la muerte.

La tauromaquia está amenazada. Cuando se dice que los animales que van a un matadero también sufren, enseguida te contestan que esos son para comer, como si el comer fuera más importante que encontrarse con uno mismo desde la verdad, poniendo la vida en suerte o contemplando activamente como otros la ponen.

Hablar de Carnaval del Toro es hablar de encierros, desencierros, capeas y festivales. Hablar de Carnaval del Toro es hablar de Bolsín, mi Bolsín: aquella iniciativa que hace casi 60 años lideró Abraham Cid