PREGÓN DE LA PEÑA PUERTA DEL DESENCIERRO
CIUDAD RODRIGO 25 DE FEBRERO DE 2014
Buenas
noches a todos y a todas. Cumpliendo el encargo de ser esta noche pregonero
de esta peña, en su nombre os digo: muchas gracias por estar aquí, por haber
venido escuchar. Escuchando se vive, también se aprende, pero no va a ser el
caso. Por mi parte agradezco este barbecho abierto que en esta noche
me han regalado estos amigos de la peña PUERTA DE DESENCIERRO. Un barbecho en
el que quiero sembrarme con entrega sin dejar nada no cubierto por la tierra de
vuestra confianza pues ya sabéis que “el
grano que no cae en tierra y muere queda infecundo, sin embargo el que se pudre
y muere da mucho fruto”. Gracias por este barbecho
PREGÓN
Sabemos
bien que no es lo mismo ser hombre de palabras, que hombre de palabra y ustedes
Puerta del Desencierro me piden los dos cometidos; que cumpla con mi palabra;
compromiso contraído y que lo haga llenando este, sobretodo entrañable Teatro
Nuevo, de palabras tantas como tiene un cántaro de vino. Porque la palabra es
uno de los grandes instrumentos con que
fuimos dotados los humanos, para así poder transmitir ideas, sentimientos,
inquietudes, matices. Las formas de hablar muestran la salud de una sociedad,
los niveles de agresividad o de plenitud. La alegría de vivir y la búsqueda por
una existencia digna carga un leguaje; en otros casos. la antipatía o la
envidia. A veces, de la ligereza e inconsciencia. Hemos de reconocer que no
está de moda el lenguaje amable o las palabras educadas, impacta más el mal
gusto y la transgresión. Sea como fuere el uso de la palabra es otro signo de
la libertad humana, con efectos y consecuencias positivos o negativos según su
uso e intención.
Pregonar
es dar una información en voz alta para todos, dar anuncios y noticias. Hacer
un pregón festivo es pintar un cuadro, me decía hace poco el Poeta Tomás
Acosta, de mi querido Navasfrías, un
cuadro que recuerde y recree la realidad, evoque y provoque, que nos meta en
fiesta y en ganas de broma, que abra puertas y cierre heridas. Hacer un pregón
siempre te trae el temor de aburrir, como aquel ilustre columnista del Madrid de la postguerra que tras dar el
pregón de Navidad en un colegio, salto la copla diciendo “En un colegio de Madrid hablo Don Federico Muelas y cuando terminó, las
pastoras eran abuelas”
También cuando te entregan un trozo del muy
preciado silencio se cae en la tentación de disertar sobre un solo tema,
convirtiendo el pregón en conferencia, confundiendo y haciendo confundir los
términos. Un pregonero ha de ser un romero de la palabra, como decía León
Felipe:
Ser en la vida romero,
romero sólo que cruza siempre por caminos nuevos.
Ser en la vida romero,
sin más oficio, sin otro nombre y sin pueblo.
Ser en la vida romero, romero..., sólo romero.
Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo,
pasar por todo una vez, una vez sólo y ligero,
ligero, siempre ligero.
Que no se acostumbre el pie a pisar el mismo suelo,
ni el tablado de la farsa, ni la losa de los templos
para que nunca recemos
como el sacristán los rezos,
ni como el cómico viejo
digamos los versos.
Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo.
Pasar por todo una vez, una vez sólo y ligero,
ligero, siempre ligero.
Sensibles a todo viento
y bajo todos los cielos.
Por eso, este pregón quiere pasar por muchas cosas sin
quedarse en nada, abriéndonos al horizonte de la fiesta en este querido
carnaval. Una fiesta que se vive en las calles y en la plaza, en los tablaos,
en los bares, en las carpas, en las atracciones infantiles y como no, en las
peñas. Las peñas en sus sedes y dando fiesta en la calle. Esa es la intención
de esta Peña que a ustedes y a mí nos acoge en esta noche.
PEÑA PUERTA
DE DESENCIERRO
Hablar de la Peña Puerta del Desencierro es hablar de
un grupo de personas que durante años corren el encierro en la calle
Madrid, en tramos de diferente
distancia, según la edad y las
condiciones físicas. Años y años
corriendo el encierro en ese tramo en el que unos entraban en la plaza y otros
tenían previsto el rincón donde quedarse, dejando que este pasara. Una vez los
toros en la plaza y posteriormente en los chiqueros, el portal de Abarca
congregaba al grupo de corredores no profesionales, de distintas edades,
algunos amigos entre si y todos farinatos. Lo mismo a la hora de esperar el
desencierro y después de este. Si esas paredes hablaran…Que nos dirían esas
viejas puertas de madera, o las paredes del Palacio del Marqués de Cerralbo,
también llamado Casa de los Cueto, hoy conocido por todos como la Casa de
Abarca. Cuantas emociones, nervios, miedos y sustos se habrán empapado en el
caldo de la amistad y numerosas pintas de vino.
Fue la constitución de interpeñas y su compromiso por cuatro años de organizar el
Carnaval, la chispa que provoco la fundación de esta Peña, que se constituyó
formalmente el 17 de Febrero de 1980. Es evocador para mí el nombre que le
pusisteis pues cuando éramos pequeños en el Colegio de los Sitios jamás
hablábamos de “hacer encierros, sino
desencierros”; a buen seguro, resulta más fácil acogerse a las
connotaciones de apertura, liberación y estampida que la palabra “desencierro”
tiene. La finalidad no era hacer peña hacia dentro donde pasar entre amigos
estas fiestas con la comida y la bebida organizadas, sino ayudar a ensalzar el
carnaval, reconociendo a las personas mayores la participación en nuestras
fiestas. De aquel grupo estáis sentados aquí Nano Marta, Paco el de la Seat,
Paco el peluquero, Chema Dorado, Alberto el de la Óptica, Ángel el del Banco y
Jose Tabeque descendiente de aquel que paseaba con las hijas de Chapela por el puente de madera. Treinta y cuatro años,
ahí es nada! La fidelidad os ha hecho grandes y la edad pequeños. La fidelidad
que es estar dispuestos a resolver los problemas y a no cansarse de los
placeres. Desde la orilla de la eternidad os contempla Benito Hernández Lucas,
Nano Vegas, Manolo Calvo, Dionisio Puntillero, Gregorio Etreros, Jaiche, Juan
José Alfonso y en reciente marcha, Jose Luis Barco, Antonio Villares, Pepe
Vegas y el querido y recordado, Chelis Abarca.
Aquel año ya tuvisteis Porteros Mayores y madrinas.
Para los hombres Dionisio el Puntillero, a quien no recuerdo y el entrañable Goyito, dos peñistas vuestros
fueron reconocidos; de entre las mujeres reconocisteis a Tere Vegas y a Conchi
Cardoso de quienes tampoco tengo memoria. Sin embargo fuisteis al bulto en la
tercera ¿qué mirobrigense no tiene en su retina algún lance carnavalero o no,
de Choni Alaejos? Aquellos reconocimientos fueron una importante declaración de
intenciones dando voz a los sin voz, elevando a los sencillos y no sencillos,
reconociendo la humilde voluntad de compromiso y participación de personas de
todo ámbito que hacían vida en Ciudad Rodrigo, que no volvían la cara ni cogían
el coche cuando sonaba el reloj suelto, sino que estaban ahí, a pie de calle o
en el desempeño de sus oficios haciendo de nuestro pueblo, lo más bonito que se
puede decir. Un pueblo en fiestas.
En
mi mente de niño, y no tan niño
contemplo como habéis nombrado Porteros Mayores al carpintero Antonio; al
médico D. Pedro; al cisquero Carolina; al maestro D. Alfonso; al jornalero
Cascarilla; al barrendero Basilio; a Chan el carrero; a los labradores Orencio y Vicente Sevillano; a los
tratantes Juan Antonio Lanero; a Leoncio Macotera y al popular Che; a los
Carrilanos y a los Cardoso; a los ganaderos Lorenzo Pacheco y Manolo Carretas;
al hombre de negocios Baldomero Benito; a los hosteleros Teo y Maxi Toribio y
su compañero Tino Moreno; a la Charanga Los Pocapena y a la Rondalla Tres Columnas;
al maletilla Conrado; el entrañable Riche, a los carnavaleros Ángel de la Nava,
Calditos y Visin, a Tomás “esquiliche”, al romanero Juvenal, Angel el pregonero
y quico Jollines… Recientemente, recuerdo como nombrasteis a Victorino Risueño,
mi padre y a Alfonso, el de la Caridad. Aquel año, en vez de nombrar porteros,
montasteis una enfermería pues mi madre llegó al Pregón desde el Hospital y
Alfonso se fue al Hospital después de que lo nombrárais portero el lunes de
carnaval y con quien, en su preocupación por tener que pasar por el hule,
echamos unas carcajadas ante mi gracia “Alfonso
un hombre de campo no se muere tan fácil”.
Estoy
seguro que han sido numerosas las personas a las que el fin de su vida, que no
los méritos, les ha impedido ser nombrados Porteros. Se me viene a la memoria y
al corazón una persona carnavalera y con una actividad que no habéis nombrado
nunca, D. José María Galache, el cura del Bolsín.
Este
año, habéis tenido el acierto de nombrar a otra pareja, Emilio Ramos y Tasio
Mangas, nacidos y criados en la calle Santiago Vegas Arranz; hombres que junto
a sus mujeres han tenido la suerte de llegar a la jubilación. Compartieron
niñez y esta noche compartís estrado. Mantengo mis ojos de niño viendo en
Emilio a un pintor de brocha fina, escalera larga, mono y gorro blanco, que
junto a su hermano, mi pariente Paco, desgranaron décadas de profesionalidad y
honradez en este Ciudad Rodrigo del alma. Emilio vive el carnaval plenamente y
no digamos el precarnaval… su pertenencia a la Rondalla Tres Columnas, de la
que es casi decano, es para él el hilo conductor para hacer fiesta, dar la
murga, hacer gracias y soltar la risa; la pandereta de Emilio no deja de sonar
en las vísperas de Carnaval, ni nunca. A Emilio lo acompaña esta noche Loli, su
mujer, la de siempre, la madre de sus hijos, una ama de casa de esas que ven
sin mirar y escuchan sin oír. No sé si caéis en la cuenta, querida Peña, lo
importante que es dar significación a esa figura casi desaparecida que es la de
ama de casa, la que no está apuntada al paro, que esta entregada con cariño y
una pericia profesional a echar una familia para adelante y no hace echar de
menos el sueldo que podría traer.
Tasio
Mangas ,mas 40 años en la Ferretería González, 3 generaciones, el Sr. Cesareo,
Sertorio y Gonzalo y ahí siempre Tasio, con su amabilidad para vender balines,
su perfeccionismo haciendo las cosas y
su R8 azul aparcado a la puerta. En su juventud animó el carnaval y la fiesta
dando música, voz y alma a las coplas que cantaba en la desaparecida Rondalla
“Los Charros de Miróbriga”. Tasio cambió de barrio, dejó la calle Santa Clara y
se bajó al Barrio Nuevo del Puente, por eso de que “el casado casa quiere”,
hizo casa y vida con su mujer, Ceci, a la que esta noche, también le rendimos
homenaje en su condición de esposa, de madre y de paciente cocinera de la
“Escuela de Capacitacion Agraria”. Cuando aquello cerró la transformaron en
administrativa.
Mención
aparte merecen para mí los empleados de colegios, seminarios y demás centros
educativos: los chicos que por allí hemos pasado no han sido para vosotros
clientes, hay un componente de cariño y dedicación que como decía Manuela, la
querida cocinera de mis años de Universidad, “no os llamo hijos porque los míos me cogen envidia”. Desde aquí
lanzo un emotivo recuerdo al Sr. Tomás, mirobrigense carnavalero, factótum en el seminario durante cinco
décadas y con él, a su mujer Luisa y el resto de plantilla que durante años nos
han atendido y siguen haciéndolo.
Nombrar
porteros es hacer homenaje, hacer homenaje a personas que han sabido llevar la
vida como una puerta, con sencillez, eficacia, sagacidad, vista, saber moverla
suave y saber empujarla con firmeza. El protagonista es la puerta, el
protagonista es la vida.
PUERTA
Hablar
de PUERTA en esta vida es hablar de los límites necesarios que nos hacen falta
para abrirnos y replegarnos, para soltar y contener, para dar y retener. La
Puerta en nuestro Carnaval significa siempre apertura y también custodia,
custodia del encierro que ha entrado y ha de capearse, custodia de los valores
más importantes que la vida y la fiesta tienen, la entrega, el trabajo, el
humor, el valor, la flexibilidad y la responsabilidad que todos tenemos, aun
haciendo fiesta.
Hace
un momento, comentaba que si la Puerta hablara, cuanto tendría que decir. En mi
retina de niño, conocí esa puerta, vuestra Puerta, pintada con la publicidad de
PIMIRSA, desaparecida fábrica de piensos de nuestro pueblo. Una puerta segura
para salir en la foto delante del encierro con la facilidad de encontrar olivo
pronto en las tablas de la plaza. Una puerta en la que quedan también bonitas
las fotos del encierro a caballo: jinetes, corredores, garrochas toros y
cabestros, se funden en una amalgama de color, ritmo y emoción. Llegar a esa
Puerta para un jinete significa haber pasado varias horas a caballo, soportando
voces, gritos, espantos, nervios, preocupación, miedos, peligros y la lógica
resistencia que del cuerpo sale de quedarse para atrás para no tener problemas.
Los
desencierros son una modalidad taurina en extinción, pues en muchos lugares, el
ganado que se encierra ya no sale, bien porque se le da lidia y muerte en la
plaza o se lleva al matadero en camión. Son numerosos los trámites
burocráticos, con sus correspondientes tasas, los que hacen que muchos
desencierros se estén dejando de dar. Sin embargo, con el desencierro se llena
el recorrido de espera, vuelve a sonar el reloj, carreras, gritos, sustos y
miedos vuelven a hacer que la adrenalina de mucha gente adquiera los niveles
esperados. He conocido dos formas de desencerrar: una, soltando todos los
animales a la plaza y abriéndole la puerta, vuestra Puerta, para que de forma
agrupada hagan carrera hasta los corrales de San Pelayo; otra, dejando la
Puerta del Desencierro abierta y soltando los toros de uno en uno, que como una
ametralladora que va poniendo sus balas en la calle, los bueyes irían detrás
recogiendo a los rezagados. Me han contado, que en otros tiempos esta última
forma de desencerrar se tuvo que dejar de hacer, porque al llegar los novillos
solos, flojos y capeados, eran recortados y posteriormente cargados a mano por
los mozos del arrabal, a cuyo mando estaban Modesto, Felipe y Sebastián, los
populares “brazoslargos”.
La
Puerta que se abre y que se cierra, provoca que la emoción del Carnaval pase
por ella, o más bien, provoca parte de las emociones de nuestro Carnaval del
Toro. Sin esa puerta, el Carnaval, los encierros y los desencierros serían
diferentes.
CIUDAD RODRIGO
Con todas las personas que hablas y
le dices de dónde eres, identifican enseguida este pueblo con Carnaval y con
Toro. Ciudad Rodrigo sin Carnaval de Toro sería otro Ciudad Rodrigo. Muchas
veces, cuando vuelvo a Ciudad Rodrigo y me escurro entre el Teso de Campanilla
y el Teso de María de la O, o bajo el puente de la via de San Giraldo, y me vuelvo a encontrar con
mi pueblo se me ocurre aquello de:
“De sobra sabes que eres la primera,
Y no miento si juro que daría por ti la vida entera.
Sin embargo, un rato cada día,
Te cambiaría por cualquiera,
Te engañaría con cualquiera”
Ciudad
Rodrigo, para mí es casa y cuna, vida cotidiana y ancestros… Se pierde la
mirada hacia atrás cuando veo las generaciones que han vivido, nacido y muerto
en el entorno de esta Ciudad y que
han dado paso y vida a mi persona y a la de mi familia. Habría que remontarse a
los cabreros de la sierra monsagreña, que después se convirtieron en hortelanos-renteros
de D. Ángel Mirat en la Huerta de las Viñas o a los Furcas, que con su carros y mulas tenían lo que ahora podríamos
llamar una pequeña empresa de transportes en el Arrabal del Puente, o a los Gachos de Cantarranas, que procedentes
de Robleda y de Zamarra lucharon contra viento y marea arrendando, labrando,
sufriendo y sudando yugadas que al final pudieron comprar a distintos
propietarios. También y por último, a los renteros del Valle y Gazapos;
posiblemente los últimos que llegaran por estas tierras a mediados del siglo
XIX pero también los que fueron más jacarandosos a la hora de venir a encerrar,
echar bueyes y novillos al Carnaval y de ponerle los cencerros grandes a las
parejas para venir a pagar la renta de trigo a la casa de los Nogales Delicado,
en frente del Palacio de los Águilas.
Siglos de existencias ligadas a
Ciudad Rodrigo, gente humilde en el campo, con ganas de vivir y luchar y sin
volver la cara a este pueblo y a esta tierra. Por supuesto, que son varias
generaciones que emparentaron con multitud de familias de Ciudad Rodrigo,
también ligadas a la socampana, al trabajo y al campo. Si nos quedamos un poco
más cerca, hemos de tocar con la yema de los dedos a familias como los de
Conejera o los de Palomar, Peranchos y Gorreros…Si damos un paso atrás, los de
la Huerta de la Toma, la Aceña o los Bañeros de San Giraldo: hombre sagaz el
padrino de mi madre, Antonio Alonso “El Bañero”. A principio de la década de
los 70, una fuerte riada se llevó por delante los baños de San Giraldo, un
modesto estanque que servía a la gente de Ciudad Rodrigo de piscinas
municipales; el Ayuntamiento impulsó el proyecto de unos baños modernos y los
encargados de la ingeniería de tal obra diseñaron una piscina junto al puente
de la vía. El tío Antonio, con su sombrero y sus pantalones de pana, discutía
diciendo que aquella piscina no se enterraba, que si quedaba en el aire, se
agrietaría; los técnicos defendían con mil argumentos muy cualificados la
viabilidad de los nuevos baños de San Giraldo; El tío Antonio se cuajaba el
sombrero y marchándose les decía ” Habrán
estudiado mucho, pero bien poco saben”. Las nuevas obras de la Autovía esconden en cierto modo
las ruinas de aquella obra, que por agrietarse, no se llegó a estrenar.
Permitidme haga un recorrido rápido
por mis recuerdos de Ciudad Rodrigo, realmente no los tengo de otro sitio…
Recuerdos que se pierden en las nebulosas de mi mas tierna infancia: Ferias de
Ganado, Pescadería de Inocencio, la tienda de , el comercio de La Parra, la
Carnicería de los Baretas, Procesiones de Semana Santa, bodas en el Porvenir o
en el Moderno, la casa de los abuelos en la calle Santo Domingo o de los tíos
en la calle Santa Clara, primer día de clase en el Colegio de los Sitios, con
su comedor, que atendía niños a dos turnos procedentes de la zona sur de la
socampana (el Bodón, Carpio, Villar de la Yegua y posteriormente, de Ivanrey y
de Agueda), maestros y maestras; autobús
de ida y vuelta con Isidro González, una señora mayor que tenía un perro y
estaba coja que vendía café de contrabando en una casita junto a la muralla,
las golosinas que nos vendían en el Carro Pepe o en el Carro Maura; también
vendían algo de más consistencia en el Comercio de Amelia y de Félix Boliche de
la Plaza; D. Eladio el cura y D. Andrés del Brío, quien me dio la comunión y
después de secularizó. Recuerdos de un ámbito urbano que me devolvía cada día,
junto con mi hermano, a la finca de “Fresno de Hortaces”, un submundo a estas
alturas desaparecido, con encargado, pastor, porquero, vaquero, tractorista y
chico para todo; donde los niños cada tarde teníamos como tarea poner el agua
desde el sondeo, recoger las yeguas e ir a por las vacas lecheras al prado. Un
estilo de vida que sin duda conforman una forma de ser y de entender la
existencia.
Aquel mundo rural ya no existe,
aquel Ciudad Rodrigo tampoco existe… pero eso no puede dar lugar a la tristeza
ni a la nostalgia, actualmente, los números cantan pero la situación tampoco es
nueva, Ciudad Rodrigo ha estado más veces en crisis que en bonanza. El tener un
carácter conservador y un tanto apático nos parece negativo a todas luces pero
posiblemente nos dé capacidad para capear el temporal haciendo verdad la copla
del Arrabal del Puente ante la posibilidad de las devastadoras crecidas: “Somos del Puente, no lo negamos y si el río
viene, lo toreamos”. Por eso, los farinatos nos comprendemos a nosotros
mismos como gente resistente.
Hablar de Ciudad Rodrigo es también
hablar de su Comarca, actualmente flaca y despoblada, sin la fuerza que siempre
tuvo para llenar su mercado, sus tiendas, sus bares, sus días de fiesta, sus
colegios y su Seminario. Esta situación actual nos hace comprender, de manera
tajante, que corremos la misma suerte.
Alguien
tuvo la bellísima ocurrencia de denominar “socampana” a toda la zona en la que se escucha el reloj
suelto o el címbalo de la Catedral. Cuentan de un mirobrigense muy arraigado a
su terruño que, cuando comprobó que no se escuchaba el címbalo desde una finca
que iba a comprar, sin mirar la vida de su monte ni la calidad de sus pastos
dijo tajantemente “no me interesa”. Nuestra
socampana formada por los campos de Ciudad Rodrigo, Agadones, El Rebollar, los
campos de Azaba, Argañan, el incipiente Campo Charro, las Tierras de Yeltes y
los límitrofes pueblos con Las Hurdes han dado siempre calor y vida a Ciudad
Rodrigo. Una realidad que, a fuerza de ser sinceros, hemos de reconocer que no
siempre ha sido mutua.
Hablar
de la socampana de Ciudad Rodrigo, de sus pueblos, de sus espacios adehesados
nos hacen entrar en la historia recordando el poema de Gabriel y Galán:
GANADERO
Tiene
un viejo caballote,
de
gigantesca armadura,
buen
correr, mala andadura,
largo
pienso y alto trote.
Tiene
dos perros de presa
de
ancha boca dentada,
por
si una res empicada
se
desmanda en la dehesa.
Tiene
dos galgos zancudos
de
ojos vivos como chispas,
flacas
cinturas de avispas
y
curvos dorsos huesudos:
dos
destructores crueles
de
las liebres y los panes,
pues
corren como huracanes
y
comen como lebreles.
Tiene
nada a lo moderno:
perdiz
con ancho jaulón,
escopeta
de pistón
y
polvorines de cuerno.
Y
tiene tan larga capa,
tan
ancha capa de paño,
que
al caballote castaño
nalgas
y cuello le tapa.
Gran
pensador de negocios,
ladino
en compras y ventas,
serio
y honrado en sus cuentas,
grave
y zumbón en sus ocios,
vividor
como una oruga,
su
vida de siempre es ésta:
con
las gallinas se acuesta,
con
las alondras madruga.
Clavado
en la dura silla
de
su viejo caballote,
se
va a Extremadura al trote
y
al trote torna a Castilla;
y
toma allá montaneras,
y
arrienda aquí espigaderos,
y
busca allá invernaderos,
y
goza aquí primaveras,
y viene y va con ganado,
y vende, y vuelve a arrendar,
y paga y vuelve a criar...
y siempre está atareado.
Y entre
tantos trajinares,
aun puede al
año unos días
lucirse en
las romerías
de los
rayanos lugares;
porque el
intrépido charro
juega tan
bien a la calva,
que no hay
en tierra de Alba
quien no
respete su marro.
Ni hay
labrador ni vaquero
que de tan
brava manera
coja una
manta torera
y eche a
rodar un utrero.
Nadie como
él ha lucido
yeguas en
las «cuatropeas»,
y mantas en
las capeas,
y marros en
el ejido,
rumbos, en
las romerías,
maña en los
retajaderos,
fuerzas en
los herraderos,
y en las
tientas, valentías.
Pocas habrá
tan certeras
cual sus
sagaces miradas
para
arrendar otoñadas
y calcular
montaneras,
pesar un
novillo «a ojo»,
vender
oportunamente,
saber
observar prudente,
saber mirar
de reojo...
Mas, ¡ay,
que todo declina!
Ya no baila,
ni capea,
ya no lucha
ni pulsea,
Ya con su
grave figura
y su
aspecto, antes bizarro,
sombras de
aquel cuerpo charro
que fue
broncínea escultura...
¡Y no hay
que hacerse ilusiones,
porque al
charro más valiente,
si se le
arruga la frente...
se le arrugan los calzones!...
Ocho siglos
y medio de presencia cristiana en estas tierras de Ciudad Rodrigo; la Diócesis,
con su Seminario han dado vida y lo más importante, esperanza a casi un milenio
de una tierra de “aquí me caigo, aquí me
levanto”. Hablar de la Diócesis de Ciudad Rodrigo es hablar de la mas
pequeña de España, con mucho pasado, reducido presente y angosto futuro pero,
aún así, en resistencia. La asamblea diocesana que este año estamos viviendo es
un esforzado instrumento para afrontar la realidad sin miedos y sin complejos.
CARNAVAL
Hablar del
Carnaval y no repetir lo que ya sabemos es absolutamente imposible, hablar de
Carnaval y no sentirse sobrecogido, emocionado, con ganas de fiesta, es más
imposible todavía. Es esa necesidad que tiene el ser humano de hacer fiesta,
que es sobrepasar lo cotidiano, lo que configura la verdadera tradición del
divertirse. Divertirse significa salir de uno mismo, abrirse a lo otro, a los
otros, para poder recuperar la identidad. No es tan cierto, que la fiesta vale
para olvida. La fiesta vale para hacer vida, para ensayar situaciones nuevas,
para recuperar experiencias y sensaciones perdidas. En resumidas cuentas, la
fiesta es necesaria para vida como el pan de cada día. El Carnaval tiene tres
bases importantes: la máscara, que es romper con el pasado e iniciar una
nueva identidad y personalidad; la música, que mete en una magia,
entrega, que como dice Joaquín Sabina “bailar
es soñar con los pies” y la
participación: en Carnaval no podemos ser espectadores, “el que ve lo que hacen otros, no hace
carnaval”.
Una
participación en exceso, ya que el carnaval es exceso, derroche y transgresión.
Ahí encontramos la verdadera tradición que se mantiene viva desde la noche de los
tiempos, adecuada a usos y costumbres de cada tiempo y lugar. La tradición es
algo bien serio, escapa al concepto que se ha divulgado últimamente de
tradición para blindar usos obsoletos y costumbres desconectadas con el momento
actual. Tradición no es repetir lo que hacían otros sin saber por qué, es
mantener viva la satisfacción de una necesidad que llevamos las personas en lo
más íntimo de nuestro ser. Por eso, no manchemos la palabra tradición,
poniéndolo en plural, refiriéndonos a costumbres.
Nuestro
Carnaval, el de Ciudad Rodrigo, no es como otros, puesto que tiene un
componente nuevo, enigmático que también obliga a excesos y derroches hasta
perder la propia vida: el toro. Bien es cierto, que al otro lado del Atlántico
hay fiestas de carnaval con toros y al otro lado de la Raya, el Aldea do Obispo
todavía se hacen encierros, largadas que llaman ellos, el domingo de carnaval.
Pero
“Carnaval del Toro”, el nuestro. Un carnaval que es posible gracias a tanto
trabajo anónimo, Ayuntamiento, Comisiones, Asociaciones, Peñas… ponen trabajo,
dinero y esfuerzos silenciosos para que la máquina no pare. Cuanta gente
trabaja los días de carnaval para que otros nos divirtamos o a lo mejor, todos
trabajamos un poquito, todos hacemos algo. Capítulo aparte, por el gran
esfuerzo que derrochan, merecen los transportistas, los encargados de corrales
y agujas, el equipo de enfermería, las personas que trabajan en tiendas y
supermercados, los encargados de suministros generales, siempre en guardia, el
Centro de Salud y a ese gran colectivo, al que le tengo gran cariño, porque
tanto mis dos hermanos y yo durante años corrimos su misma suerte, los
camareros. De forma especial, recuerdo y hago homenaje aquí a mi compañero,
jefe y amigo Benito el del “Candilejas”.
También
hacemos mención a los conductores de transportes, a los gasolineros, a tanta
gente que atiende a los de casa y a los que vienen, no me gusta llamar
forasteros puesto que el carnaval hace que nadie se sienta de fuera, por eso,
no puede ser de fuera quien comparte, goza y se apasiona por nuestras fiestas;
tengamos presente a peñas taurinas, grupos de recortadores y grupos de amigos
sin más, que se desplazan hasta aquí desde las localidades alcarreñas de
Jadraque y Vidruega; los riojanos de Navarrete; El Rincon de Soto, Arnedo;
madrileños de San Sebastián de los Reyes, Arganda del Rey, Chinchón; franceses
de Dax, de Nimes; de Bougue y Vauver, quienes son una pequeña mención a tantas
personas que han hecho del Carnaval algo suyo y que nos invitan a hacer de
ellos algo nuestro.
EL TORO
Estamos en
un momento, en que decir que me gustan los toros es echar una segura solicitud
para encontrar antipatías y enemistades más que contrastadas pero como dice el
poeta:
A Francisco de Goya le gustaban los
toros,
a Ernest Hemingway le gustaban los toros,
a la bella Ava Gardner le gustaban los toros,
a Ortega y Gasset le gustaban los toros,
y a mi abuelo también.
A Joan Manuel Serrat le gustan los
toros,
a Mario Vargas Llosa le gustan los toros,
a Almudena Grandes le gustan los toros,
a Luis Eduardo Aute le gustan los toros,
al japonés del siete le gustan los toros,
y a mí también.
El
toro añade a la fiesta elementos imprescindibles para el Ser Humano: riesgo,
desafío y verdad. Los encierros y desencierros hacen que se acerque ha nuestra
ciudad personas no aficionadas que asumen el toro como un elemento más, que
cuenta con una aceptación general; es algo que llamamos gratuito pero que no es
porque se paga con impuestos, aportaciones de peñas y asociaciones. Hablar de
toro es hablar de animal respetado, gordo, cuidado y tratado sin crueldad, que
es lo que da consistencia a la tauromaquia; el toro en los llamados “festejos
populares” ha posibilitado encuentro y comunicación, elementos culturales como
la foto, el video, el libro, los museos, las revistas, desarrollo turístico y
la tradición de mantener vivos los valores como verdad, suerte y el juego de la
vida con la muerte.
La tauromaquia está amenazada. Cuando se
dice que los animales que van a un matadero también sufren, enseguida te
contestan que esos son para comer, como si el comer fuera más importante que
encontrarse con uno mismo desde la verdad, poniendo la vida en suerte o
contemplando activamente como otros la ponen.
Hablar de Carnaval del Toro es hablar de encierros, desencierros, capeas y festivales. Hablar de Carnaval del Toro es hablar de Bolsín, mi Bolsín: aquella iniciativa que hace casi 60 años lideró Abraham Cid