El Teatro Nuevo, con el aforo completo en el pregón de la Asociación Charra del Caballo

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El Teatro Nuevo de Ciudad Rodrigo se llenó para escuchar el pregón de la Asociación Charra del Caballo, pronunciado por el jinete José Antonio de Elías.

El Botón Charro participó acompañando a la comitiva, incluido el tamborilero.


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Pregón

Buenas noches a todas y a todos y muchas gracias por acudir a este pregón en el que  intentaré contarles un poco de historia del mundo del caballo y del toro en Ciudad Rodrigo, historia vivida en primera persona.

La afición por el caballo nació conmigo, pero si es cierto que he tenido un entorno que ha ayudado a que esa afición se convierta en mi medio de vida.

Al primero que tengo que nombrar, es a mi padre: Ángel de Elías Cid, al que muchos de los presentes conocisteis y del cual estoy seguro que guardáis un gran recuerdo. Mi padre “llevaba dentro” el mundo del caballo y yo heredé de él esta gran afición

Desde pequeño le veía montar y le imitaba como si fuera un verdadero centauro: con mi mano izquierda simulaba coger las riendas mientras con el resto del cuerpo imitaba los movimientos del caballo: galope, parada, costados, paso atrás... Era tal mi obsesión por parecerme a un caballo, que le pedía al barbero de la calle el rollo , Eduardo, hermano de Leoncio Macotera que no me cortara el flequillo, que lo tenía que llevar largo para simular que movía el mosquero; e incluso, comía hierba imitando a los caballos.

Recuerdo alguno de los caballos que por entonces tenía mi padre y que yo montaba: Soraya, Perla, Campero, la Postinera…. Esta última fue con la que hice mi primer DESPEJE DE PLAZA en carnaval del 1.967con tan solo 5 añitos. Era una yegua negra, que solía montar el señor Moisés que por entonces trabajaba con mi padre en la finca Gavilán.   La calle Madrid  abarrotada,  Moisés, estuvo todo el rato a mi lado sin perderme de vista; hasta que tocó galopar en el paseíllo y yo salí apretando para que Moisés no pudiera seguir a mi lado.

Pasaba las semanas deseando que llegara el sábado para que mis padres me llevaran a Gavilán y allí poder montar. 

Claro, teniendo en cuenta que mi padre tenía una ganadería de bravo, pronto surgió en mi el deseo de ser Rejoneador. Y a la menor ocasión, me plantaba delante de una vaca. Recuerdo una fiesta que organizó mi padre, para los bomberos en Gavilán y donde se realizó una capea como era la costumbre, Después de correr una vaca y torearla los mayores, abrieron la puerta para que se marchara para la rivera; pero la vaca se quedó allí arrancándose. Entonces mi hermano Miguel Ángel se montó en su yegua “La Cartujana” y con gran maña y sabiduría,  estaba consiguiendo que la vaca fuera para donde él quería. Mi padre me miró y vio que yo estaba muerto de ganas de ir con mi hermano, entonces me dijo ¿quieres ir? PEGUE´un salto de impresión, me dejo su caballo al que me subí al instante , “El Lebrero”, un caballo muy ligero criado por mi padre, hijo de la Perla y de un PSI.

El caso es que rápidamente llegué donde se encontraba la vaca: un pitón bien puesto, el otro hacia abajo. Mi hermano, alrededor de ella y tirando correcto, yo hice lo mismo, pero  la vaca no se arrancaba, se quedaba arriba de la ladera, entonces cogí, me planté frente a ella y la llamé. Mi hermano me gritaba: “quítate de ahí que te va a coger…y así fue: la vaca se arrancó y yo mandé al caballo dar media vuelta sobre sus pies, pero cuando sus manos tocaron el suelo, la vaca le pegó una cornada en una nalga. Como no podía ser de otra manera, mi hermano me echó una tremenda bronca mientras mi padre intentaba suavizar el tema porque veía que yo tenía un disgusto tremendo. De hecho, me marché corriendo a esconderme en el gallinero.
Afortunadamente, el caballo le curaron y no tuvo secuelas.

En esa época, estoy hablando de cuando yo tenía unos doce años, los veranos los pasábamos en Gavilán. Allí montábamos mucho a caballo, y claro, a esa edad, todo eran trastadas.
Recuerdo una, con especial cariño, porque la idea surgió de mi hermano el mayor, que normalmente era el que si nos pillaba  nos regañaba,  Fueron  mis primas, Mª José, Carmen, Mari Tere y mis primos. A las chicas, las dijimos que las íbamos a enseñar a ordeñar una cabra. Cogimos una cabra y la sacamos unos chorros de leche, luego cogimos otra para que vieran que era fácil y por fin les cogimos una para ellas: mi prima Mª José, tiraba y tiraba y no sacaba nada. Entonces, y muertos de risa, le dijimos que era un macho. Había que ver la cara de mi prima y como se miraba las manos.

Pero las trastadas, no solo las hacíamos los chavales, también los mayores. Recuerdo una de mi padre y mis tíos: por la noche, en verano, nos decían que íbamos a “cazar Niarros”, para lo cual nos daban un saco a cada uno y nos poníamos en los agujeros de la pared de un cabañal esperando que el Niarro entrara en algún saco. Entonces los adultos hacían un “ojeo” y a veces, algún bicho cazábamos, que claro está, sería algún conejo o similar; pero los mayores no nos dejaban verlos para que no descubriéramos que los Niarros no existían y los soltaban sin que nos diera tiempo a verles.

Otro recuerdo de las trastadas de Gavilán, estaba relacionado con un becerro. Por entonces, era frecuente que si una vaca de casta moría en el parto o no tenia leche, criábamos al becerro con biberón y luego con cubo. Estábamos mi primo, Jose Ramón y yo escondidos en el corral, Jamin, ordeñaba una vaca suiza; y cuando nosotros vimos que había terminado y estaba por la mitad del corral con el cubo de leche lleno, soltamos al becerro el cual salió directo a por él. La broma se convirtió en un buen susto, porque Jamin salió por los aires, dándose un fuerte golpe contra el suelo. Salimos corriendo  a buscar a Miguel Ángel. Claro, no le dijimos toda la verdad, se suponía que el becerro se había escapado. Afortunadamente, solo fue un golpe.

Otra vez, decidimos montarnos en una vaca para ver si se botaba. El problema fue que  elegimos una tan mansa que la vaca ni se movió. Seguramente, nos libramos de un buen coscorrón. Un recuerdo para todos esos amigos con los que compartí inolvidables experiencias:  Julián Martín de Martín de Yeltes, Javier Cabrera de Bocacara, Francis de San Felices de los Gallegos,  José Ramón Cid…….

Con trece o catorce años, además de montar los caballos de mi padre, me iba con Leoncio Macotera a montar sus caballos. Cuando él me decía: tranquilo, este no se mueve…..ya tenía claro que tocaba pegarse unos cuantos botes, que era lo que me gustaba. Una vez, montamos una yegua aquerenciada que no salía ni "patrás", así que Leoncio se ponía en la puerta con un palo y empezaba a dar, lo malo es que muchos de esos palos me caían a mí. 

Otra anécdota con una yegua de Leoncio: llegué con ella hasta el árbol gordo, de repente, se volvió y se lió a dar botes conmigo encima. Fui a estrellarme contra el kiosco de periódicos que había entonces de madera. Al chocar con la puerta, esta se abrió y la yegua y yo entramos en el Kiosco. Al señor kiosquero casi le da un infarto. 

También montaba caballos de otros tratantes:  Pepe el Corchero y de Juan el de Montecarlo (me vais a permitir que dedique un recuerdo especial para Juan del Montecarlo, recientemente fallecido. Seguro que estará en el cielo de trato; un gran hombre. 

La siguiente yegua con la que hice el despeje de plaza fue “Brigit”, una yegua torda con una gran lunar en el anca derecho. Aquí, ya tenía yo más soltura, por la edad y no tenía a nadie a mi lado como en la vez anterior.

Mi padre fue Concejal de festejos durante años, cuando se dejaron de hacer los encierros a caballo de la antigua etapa. Él ideó lo del encierro de los viernes, planteado para enseñar el camino a los bueyes. Recuerdo que sobre el año 1975, en un encierro de los viernes, en el que solo estábamos mi padre, Leoncio Macotera y yo. estuve semanas intentando convencer a mi padre de que me dejara la yegua de mi hermano: la Cartujana: muy ligera; pero como era pequeño, mi padre pensó que mejor era darme otra yegua; y así fue. Cuando vi la yegua que me iban a dar, el disgusto fue monumental: una cruzada de percherón……………pero como no había otro remedio, me subí en ella. Montados los tres, llegamos al corral de abajo, nos colocamos en la salida y el caballo de mi padre y el de Leoncio, salieron apretando y claro, la yegua que llevaba yo no corría ni "patrás", así que la arree con las espuelas con tanta rabia que la pobre se puso a correr a una velocidad que ni ella misma se lo creía, hasta que les alcancé en la cuesta y llegamos hasta la plaza los tres a la vez con la parada de los bueyes.

Después de estos encierros en Carnaval, llegó la etapa de los que tenemos ahora. Recuerdo uno de estos, con toros de Emiliano de Fuente Guinaldo; una corrida de toros digna de cualquier plaza de primera. Para este encierro yo tenía a mi gran yegua “Muñeca” y mi primo José Ramón, su yegua “Estampa”. Junto a Emiliano y su ayudante “el cojo” íbamos los cuatro, delante de los toros, pero tan pegados que entramos juntos: caballos, toros y bueyes en el callejón. Cogí la puerta desde los toriles y la cerré, pero a mi primo no le dio tiempo a salir, y se quedó encerrado con su yegua, junto a toros y bueyes, con el traje charro que no tenía mucha facilidad de movimientos, menos mal que unos hombres tiraron de él y lo sacaron. Todos pensábamos lo peor respecto a su yegua, pero hubo suerte, y salió intacta.

En 1978, me compraron una moto, con la que iba a la finca, eso sí, a veces íbamos 3 subidos a la vez. Y con esta edad, pues seguían las trastadas. Les hacía a los amigos pasar unas pruebas: primero montaban el poni Kunfu, que era un experto en tirar a gente, si pasaban esta prueba, la siguiente era la burra Felisa, que estaba enseñada a botarse y a la que no solía aguantar nadie. Una de estas bromas se la gastamos a mi amigo Carlos Medina. Subió a Felisa y le tiró; mi primo José Ramón y yo le decíamos: no te preocupes, seguro que algo la has hecho, vuelve a subir que ahora no te hará nada. Carlos subía otra vez a la burra , y de nuevo, volvía a caer. Tenía tal mosqueo que nos dijo que éramos nosotros que le hacíamos algo a la burra, así que nos pidió que nos separásemos y volvía a subir…. claro, de nuevo Felisa le puso en el suelo pero esta vez con un golpe monumental, cayó con la cara contra el suelo y gritaba: mis dientes mis dientes, fuimos corriendo asustados y cuando vimos que eran cacahuetes creíamos morirnos de risa, los tenía en la boca y el golpe hizo que salieran disparados, el un poco mareado al verlos se asusto.

Sí que hubo algún amigo que “superó” a Felisa, pero claro, para estos les tenía yo preparada otra prueba: tenían que montar a pelo, con cabezada y un ramal, entre toda la manada. Al principio parecía fácil, y por eso mi amigo Carlos Fernández Ruano, se animó a montar, lo malo era cuando arrancábamos a galope a toda la manada y la yegua salía a todo lo que daba  detrás. Ni que decir tiene que el pobre Carlos salía disparado por los aires. Otra anécdota, también con Carlos, fue en una de las fiestas que hacíamos en Gavilán. Después de una buena comida de campo y con mucha sangría, había que torear unas becerras y claro, Carlos estaba más que “animado”. Así que se puso delante de la becerra, pero esta le cogía una y otra vez. Ramón el vaquero no dejaba de reírse, le decía: por la izquierda,,,,,y otra vez que le cogía la becerra a Carlos. Se llevó unas cuantas volteretas. Al terminar no podía ni moverse el pobre. No tenía dotes de torero.

Fueron muchos los amigos con los que pasamos buenos momentos en Gavilán, rodeados de toros y caballos: Carlos y Javier Fernández Ruano, José Francisco Medina, Rafa y León Cubero, Bienve, José Ramón, Carlos Medina, Carlos Trinidad, mis primos Félix, Manolo, Javier, Jesús, Chemi, Ramón…, y muchos más a los que envío un fuerte abrazo. Menos mal que los años nos van “asentando” y a los alumnos de ahora, no les hago esas trastadas, sino no tendría ni uno.

Bueno, y por seguir con trastadas, os voy a contar una de mis favoritas: llevaba a amigos y amigas, caminando a ver las vacas de casta o los novillos, parecía que estaban muy lejos; pero cuando mis acompañantes y estaban tranquilos y no había ningún árbol cerca para subirse;  yo pegaba una voz y las vacas que sabían que eso significaba “a comer”, venían hacia nosotros a todo galope: podéis imaginar la cara de mis amigos; alguno se lo hizo encima y yo muerto de risa.

Otra de las tareas propias del campo, que realizábamos en la finca de mis padres, era vedar los becerros en el corral, se metían en un cabañal: eran becerros cruzados de vaca de casta y charoles. Los chavales aprovechábamos la mínima ocasión para “liarla”. Separábamos uno y a torearle, hasta que alguno recibíamos un buen golpe.

Mi primo José Ramón y yo nos enteramos que en la Ceña, tenían unas vacas moruchas muy recias y una noche fuimos a ver si podíamos torearlas, acompañados por Carlos Medina. Este, vigilaba por si venía alguien para avisarnos. Así que mi primo y yo nos acercamos a las vacas, pero empezaron a correr, los perros a ladrar, y salió el dueño, nosotros salimos pitando y Carlos no aparecía, éste no contestaba, se había quedado dormido en un árbol ¡menudo guardián!

Por las noches, y aprovechando que siempre había caballos en el río, el picón, la pesquera…… montábamos al que se dejara coger, pero una noche, nos topamos con un semental que nos lo hizo pasar muy mal, se vino a por nosotros unas cuantas veces. Afortunadamente, no nos pilló. Éramos jóvenes, ágiles y bastante imprudentes. 

Por el 78, mi padre ya empezaba a dejarme montar los potros. Recuerdo una potra torda, preciosa, hija de la Cartujana, que tenía “demasiada chispa”. Yo le dije a mi padre: papa, esa tiene que ser para mí. Se la llevó a domar a Candi de Fuente Guinaldo, con el que más adelante tuve gran relación por mi profesión. Pues Candi la domó y cuando fuimos a por ella dijo: el que monte esta yegua está loco, es pura dinamita, es la única yegua en toda mi vida que me ha tirado tres veces en menos de 5 minutos, la primera por una paloma, la segunda por una liebre, y la tercera porque le dio la gana, el la puso de nombre Paloma, porque era tan ligera que el decía que volaba, pido otro recuerdo para el. Luego mi padre la llamo Muñeca por lo guapa que era. Mi madre, Pepita, como buena madre que es, solo quería protegernos y le dijo a mi padre que vendiera la yegua “ya”, para carne. Pero yo tenía otros planes. Así que fuimos a por ella. Recuerdo que la vuelta fue horrible, no por la potra, sino porque pillamos una tormenta malísima. Pero llegamos bien, Ramón el vaquero y yo. Mi padre se resistía a dejármela, pero pronto “me salí con la mía”. Candi nos había dicho que no se nos ocurriera tocarle la grupa de montado. Un día me fui a dar una vuelta por la Ribera, y cuando pensaba que mi padre ya no me vería, le pegué un toque en el anca: la yegua salió como un diablo, botándose hasta que se chocó de cabeza, con un roble. Volví para casa al paso. Y cuando llegué, mi padre me pregunta: ¿qué hace la yegua cuando se la toca atrás? Yo contesté, todo nervioso, ehhhhhhhhh nada, no se…. Y entonces dijo mi padre: aunque yo no te vea, siempre se lo que haces. Así que le contesté y le dije: solo se vota, y mi padre echando una gran carcajada dijo: pero y que más querías que hiciera. Al final, la yegua quedó para mí: Muñeca.

Apostaba con los vaqueros a ver quien alcanzaría antes una vaca, la cogía por el rabo y la volteaba: con muñeca no habían quien me ganara.

Fui creciendo y los tratantes de Ciudad Rodrigo empezaron a llamarme para montar caballos y cobraba mis “primeras perras”, 500 pts por caballo montado. Yo encantando, iba con los ganaderos, y me decían los caballos que querían que montara. Normalmente eran animales bastante complicados. Estos caballos me enseñaron mucho.

Pero, vamos a seguir con anécdotas. En 1981, aprovechando que mis padres estaban en Canarias con mi hermana Chus, por mediación de mi primo, que conocía a alguien en San Felices de los Gallegos, me ofrecí para  domar la yegua que  había tirado a un cuñado de nuestro amigo Francis y le había roto un brazo. El sitio donde me llevaron la yegua era la Huerta, donde vivía Javier ingeniero de Enusa, que tenía la yegua Irueña. Allí, también, José Ramón, tenía a Estampa, una potra que compró del Conde Montarco. Allí la tuve un mes. Después hablé con Pedro Martínez “Pedres” y me dejó la plaza de toros. En poco tiempo, ya tenía las cuadras llenas de potros para domar.

Otro de los acontecimientos propios de Ciudad Rodrigo, eran las Ferias. Cuando era pequeño, recuerdo que salíamos al recreo los días de feria esperando que se hubiera escapado algún animal y apareciera por allí, como pasaba en muchas ocasiones. Estas ferias,  primero se realizaban en la báscula al lado del foso y después en el rio. En esta última, fue donde conseguí yo mis primeros trofeos, que se dieron a mejor caballo de la feria y al mejor potro. Los gané con Faraón y Babieca. 

También, recuerdo con cariño, el festejo que organizamos para sacar dinero y poder realizar el primer acoso y derribo. En este festejo toreamos a caballo Manolo Castaño, Juan Luis Perita y yo. Igualmente, nos acompañaban toreros a pie como José Luis Ramos, José Ángel y José Ramón. Algunas de las vacas que toreamos, eran de mi padre y otras de Rafa el del Cristo. La plaza de toros, cedida por Pedrés.

Por cierto, recuerdo una de muchas veces, en los Labrados, la finca de Pedrés, teníamos que encerrar una corrida de toros. Uno salió escapando, y yo al intentar volverlo, con un caballo colín castaño de Pedro, este se cayó y dimos una voltereta. Cuando el toro se dio cuenta que estábamos en el suelo, se encaró para disponerse a arrancarse, y se produjo “un auténtico milagro”, yo cogí una piedra y con todas mis fuerzas se la tiré. Le acerté en la testuz. El milagro, precisamente era ese, que le acertara, porque yo nunca acertaba a dar a nada tirando piedras. El toro se volvió hacia atrás. Yo monté rápidamente y vi que tenía la baticola partida, una oreja fuera de la cabezada (que fui metiendo mientras íbamos  corriendo) y logramos encerrar la corrida. 

Cuando llegaron mis padres de Canarias, en lugar de ir a Gavilán, les pedí que me acompañaran a la plaza de toros. Mostré orgulloso a mi padre todos los caballos que tenía para domar; pero él no se sorprendió, se esperaba algo así, siempre iba por delante. 

Fueron años muy intensos, afortunadamente tenía a mi maestro: mi padre, que me seguía guiando, porque claro, a esa edad, todos pensamos que lo sabemos todo y lo cierto es que se comenten muchos errores. 

En cuanto a los caballos que montaba, casi todos eran de ganaderos .  Eran animales que ya tenían más edad de la recomendada para empezar a domarles y que estaban “sin tocar” en el campo; me les traían y les cogía a lazo, les ponía la cabezada y en unos días, la montura y “arriba”.  A los tres meses ya tenían que estar domados y corriendo ganado. Ahora que lo pienso, “vaya locura”.

Pronto, además de domar caballos, empecé a dar clases a jinetes y amazonas. Algunos de los jinetes que di clase en Ciudad Rodrigo de aquella época fueron: Manolo, Antonio y Juan Luis  Perita, Sergio Martín, Lourdes, Almudena Méndez,… entre otros. Algunos de ellos también son jinetes profesionales en la actualidad, lo cual a mí me llena de orgullo.

Pero vamos a seguir con anécdotas, de toros y caballos. Mi padre tenía, además de Gavilán, otras fincas arrendadas. Llevábamos el ganado de unas a otras, a caballo, por cañadas, cordeles...,  hoy casi sería imposible porque hay alambradas por todas partes. Algunas de estas fincas eran La Concha, El Guijo de Malvarín, La Orquera…
Dependiendo de la época, trasladábamos diferente tipo de ganado: vacas machorras, paridas, novillos….

En una de estas ocasiones, llevábamos a dos toros sementales, todavía recuerdo sus nombres: caballero y silencioso, dos bellos ejemplares colorados. Traíamos una parada de vacas mansas que hacían la función de cabestrear. Llegamos al pueblo, “la Atalaya” y el semental Caballero, salió corriendo por un camino, cuando de pronto un hombrecito del pueblo se le ocurrió ponerse delante, abriendo y cerrando los brazos como para pararle: pobre inocente; menos mal que Ramón el vaquero, a toda carrera, y dándole voces, consiguió que el señor se tirara para un lado y fue lo que le salvó; porque además ese toro era bastante bravo, y muy certero con sus pitones. Había ya dado unas cuantas cornadas, también a perros, novillos…. Una vez, corneó a un novillo, y este, como estaba dolido no había forma de meterle en la manga para curarle; así que se me ocurrió que podíamos cogerlo allí, en el campo. Ramón muy prudente, me dijo: hoy estamos solos, déjalo para mañana que venga tu padre y tu hermano. Pero a esas edades lo de esperar, no se lleva bien, así que fui a avisar a Javier Cabrera un amigo que estaba trabajando en las parcelas de mis tíos, el que hoy en día es el alcalde de Bocacara.
Él aceptó y fuimos a por el novillo. Le dijimos: tú quédate aquí, y cuando nosotros lo citemos se arrancará, lo cogemos y te avisamos para que vengas a ayudarnos. Así que Javier se quedó retirado mientras nosotros íbamos a por el eral. Cuando estábamos cerca, yo le cité para que se arrancara hacia a mí, pero en lugar de eso, se asustó y arrancó para el lado contrario, justo donde estaba el pobre Javier. Salió corriendo directo a por él, pero como vio que  le cogía, se dio la vuelta y con la gran fuerza y gran peso que tenía,  se quedó agarrado a él. Y luego decía: y eso que decíais que yo no tenía que hacer nada¡¡¡¡¡

Apartar el ganado bravo en el campo con mi padre “era un lujo”, él siempre buscando la perfección, decía: si cada uno está en el sitio que tiene que estar y actúa solo cuando es necesario, el ganado estará tranquilo y todo será facilísimo; y claro Ángel de Elías, siempre sabía donde teníamos que estar cada uno de nosotros. Además de montar con él, me encantaba también que me contara sus historias. Una vez me contó como llevaban los toros para las fiestas de Sotoserrano en la sierra. Hacían noche en una finca antes de llegar, y dormían él y los vaqueros en el campo, cerca del ganado para que “nadie se los hiciera escapar”. Al amanecer , aparejaban y llegaban a destino sin problemas y eso que salían hasta en calzoncillos a espantarlos. No en vano, se le reconoció el mejor encerrador de todos los tiempos. VA POR TI MAESTRO.

Pero vamos a seguir hablando de caballos. Como mi vida siempre estuvo vinculada a la doma vaquera, fui a ampliar mis conocimientos a Portugal, con Manuel Jorge Manecas. Montaba caballos de rejoneo; así que yo me sentía “en mi salsa”.

En el 87, me trasladé a Valladolid y pronto conocí gente de caballos, empecé a montar, en una finca que es lo que hoy es el recinto ferial de Valladolid, al lado del estadio de futbol. Cuando se lo cuento a mis hijas, no se pueden creer que el recinto ferial, fuera antes donde yo trabajaba los caballos. En aquellos años, empecé a interesarme por lo que entonces era una nueva disciplina en España: la doma clásica. Fui a formarme con Luis Lucio Pérez, jinete olímpico de esta disciplina, hoy día director de la doma clásica en la Real Federación Hípica Española. Empecé a organizar y participar en  concursos de doma clásica, que por aquel entonces, solo existía en Madrid y Barcelona. Recuerdo mi primer caballo de doma clásica: llamado Reembrant, con el que gané todos los concursos de la temporada y el campeonato de Castilla y León de caballos jóvenes. Ha habido más entrenadores, como Juán Matute, Miriam Frena y Francisco Cancela, por ejemplo. Con este último sigo entrenando bajo su supervisión.

He estado impartiendo clases y domando potros y caballos en varios sitios hasta que en el 2007 Compré mi propio centro “El C.H. El Estribo”, en Mojados, cerca de Valladolid. Aquí ya me traen caballos de distintos lugares de España: Madrid, Asturias etc…..para domar o para  subir de nivel, tanto de campo, como para la competición en salto y doma. También acuden alumnos de varios lugares, y por supuesto, también de  Ciudad Rodrigo y alrededores: como Paula Lerma, a ella y a sus padres envío un fuerte abrazo.

Dado los tiempos que corren, no me puedo quejar. Hemos conseguido numerosos triunfos, en campeonatos tanto de Castilla y León como a nivel nacional, no solo míos como jinete, sino también de alumnos y caballos de propietarios.

Ahora ya tengo “unos añitos”; llevo dedicándome a los caballos 33 años, la experiencia y conocimientos adquiridos a lo largo de los años, me ha permitido impartir clinics también en otros centros. Animo a los amantes del mundo del caballo, a que sigan formándose y por supuesto, me ofrezco para lo que me necesiten. 

Además de expresar mi agradecimiento a la asociación Charra del caballo por invitarme a ser el pregonero, quiero agradecer su apoyo a todas las personas que me han ayudado desde mis comienzos, en esta difícil profesión: Pedro Martínez “Pedres” por dejarme su plaza de toros y sus instalaciones, a varios ganaderos ya desaparecidos, a los cuales les monté caballos en mis primeros años: José Matías Bernardo “El Raboso” y a su hijo Domingo, a Manuel Santos “Manolo Ferino”, a José Grande “Pepe Jeromo”, un recuerdo para ellos. Pero me vais a permitir que mi agradecimiento especial sea para mi familia: en primer lugar para mi padre Ángel de Elías, mi gran maestro, pero también para mí madre la cual, hoy en día sigue cuidándome como que fuera un niño, para mi hermana Tere que seguro que nos está viendo desde el cielo, ella está siempre presente,  y para mis hermanos Miguel Ángel, Chus y Eva, a mis hijas y a mi mujer Mayte.