El Teatro Nuevo de Ciudad Rodrigo se llenó para escuchar el pregón de la Asociación Charra del Caballo, pronunciado por el jinete José Antonio de Elías.
El Botón Charro participó acompañando a la comitiva, incluido el tamborilero.
Pregón
Buenas noches a todas y a todos y muchas gracias por acudir a
este pregón en el que intentaré contarles un poco de historia del mundo
del caballo y del toro en Ciudad Rodrigo, historia vivida en primera persona.
La afición por el
caballo nació conmigo, pero si es cierto que he tenido un entorno que ha
ayudado a que esa afición se convierta en mi medio de vida.
Al primero que
tengo que nombrar, es a mi padre: Ángel de Elías Cid, al que muchos de los
presentes conocisteis y del cual estoy seguro que guardáis un gran recuerdo. Mi
padre “llevaba dentro” el mundo del caballo y yo heredé de él esta gran afición
Desde pequeño le
veía montar y le imitaba como si fuera un verdadero centauro: con mi mano
izquierda simulaba coger las riendas mientras con el resto del cuerpo imitaba
los movimientos del caballo: galope, parada, costados, paso atrás... Era tal mi
obsesión por parecerme a un caballo, que le pedía al barbero de la calle el
rollo , Eduardo, hermano de Leoncio Macotera que no me cortara el flequillo,
que lo tenía que llevar largo para simular que movía el mosquero; e incluso,
comía hierba imitando a los caballos.
Recuerdo alguno de
los caballos que por entonces tenía mi padre y que yo montaba: Soraya, Perla,
Campero, la Postinera…. Esta última fue con la que hice mi primer DESPEJE DE
PLAZA en carnaval del 1.967con tan solo 5 añitos. Era una yegua negra, que
solía montar el señor Moisés que por entonces trabajaba con mi padre en la
finca Gavilán. La calle Madrid abarrotada, Moisés,
estuvo todo el rato a mi lado sin perderme de vista; hasta que tocó galopar en
el paseíllo y yo salí apretando para que Moisés no pudiera seguir a mi lado.
Pasaba las semanas
deseando que llegara el sábado para que mis padres me llevaran a Gavilán y allí
poder montar.
Claro, teniendo en
cuenta que mi padre tenía una ganadería de bravo, pronto surgió en mi el deseo
de ser Rejoneador. Y a la menor ocasión, me plantaba delante de una vaca.
Recuerdo una fiesta que organizó mi padre, para los bomberos en Gavilán y donde
se realizó una capea como era la costumbre, Después de correr una vaca y
torearla los mayores, abrieron la puerta para que se marchara para la rivera;
pero la vaca se quedó allí arrancándose. Entonces mi hermano Miguel Ángel se
montó en su yegua “La Cartujana” y con gran maña y sabiduría, estaba
consiguiendo que la vaca fuera para donde él quería. Mi padre me miró y vio que
yo estaba muerto de ganas de ir con mi hermano, entonces me dijo ¿quieres ir?
PEGUE´un salto de impresión, me dejo su caballo al que me subí al instante ,
“El Lebrero”, un caballo muy ligero criado por mi padre, hijo de la Perla y de
un PSI.
El caso es que
rápidamente llegué donde se encontraba la vaca: un pitón bien puesto, el otro
hacia abajo. Mi hermano, alrededor de ella y tirando correcto, yo hice lo
mismo, pero la vaca no se arrancaba, se quedaba arriba de la ladera,
entonces cogí, me planté frente a ella y la llamé. Mi hermano me gritaba:
“quítate de ahí que te va a coger…y así fue: la vaca se arrancó y yo mandé al
caballo dar media vuelta sobre sus pies, pero cuando sus manos tocaron el
suelo, la vaca le pegó una cornada en una nalga. Como no podía ser de otra
manera, mi hermano me echó una tremenda bronca mientras mi padre intentaba
suavizar el tema porque veía que yo tenía un disgusto tremendo. De hecho, me
marché corriendo a esconderme en el gallinero.
Afortunadamente, el
caballo le curaron y no tuvo secuelas.
En esa época, estoy
hablando de cuando yo tenía unos doce años, los veranos los pasábamos en
Gavilán. Allí montábamos mucho a caballo, y claro, a esa edad, todo eran
trastadas.
Recuerdo una, con
especial cariño, porque la idea surgió de mi hermano el mayor, que normalmente
era el que si nos pillaba nos regañaba, Fueron mis primas, Mª
José, Carmen, Mari Tere y mis primos. A las chicas, las dijimos que las íbamos
a enseñar a ordeñar una cabra. Cogimos una cabra y la sacamos unos chorros de
leche, luego cogimos otra para que vieran que era fácil y por fin les cogimos
una para ellas: mi prima Mª José, tiraba y tiraba y no sacaba nada. Entonces, y
muertos de risa, le dijimos que era un macho. Había que ver la cara de mi prima
y como se miraba las manos.
Pero las trastadas,
no solo las hacíamos los chavales, también los mayores. Recuerdo una de mi
padre y mis tíos: por la noche, en verano, nos decían que íbamos a “cazar
Niarros”, para lo cual nos daban un saco a cada uno y nos poníamos en los
agujeros de la pared de un cabañal esperando que el Niarro entrara en algún
saco. Entonces los adultos hacían un “ojeo” y a veces, algún bicho cazábamos,
que claro está, sería algún conejo o similar; pero los mayores no nos dejaban
verlos para que no descubriéramos que los Niarros no existían y los soltaban
sin que nos diera tiempo a verles.
Otro recuerdo de
las trastadas de Gavilán, estaba relacionado con un becerro. Por entonces, era
frecuente que si una vaca de casta moría en el parto o no tenia leche,
criábamos al becerro con biberón y luego con cubo. Estábamos mi primo, Jose
Ramón y yo escondidos en el corral, Jamin, ordeñaba una vaca suiza; y cuando
nosotros vimos que había terminado y estaba por la mitad del corral con el cubo
de leche lleno, soltamos al becerro el cual salió directo a por él. La broma se
convirtió en un buen susto, porque Jamin salió por los aires, dándose un fuerte
golpe contra el suelo. Salimos corriendo a buscar a Miguel Ángel. Claro,
no le dijimos toda la verdad, se suponía que el becerro se había escapado.
Afortunadamente, solo fue un golpe.
Otra vez, decidimos
montarnos en una vaca para ver si se botaba. El problema fue que elegimos
una tan mansa que la vaca ni se movió. Seguramente, nos libramos de un buen
coscorrón. Un recuerdo para todos esos amigos con los que compartí inolvidables
experiencias: Julián Martín de Martín de Yeltes, Javier Cabrera de
Bocacara, Francis de San Felices de los Gallegos, José Ramón Cid…….
Con trece o catorce
años, además de montar los caballos de mi padre, me iba con Leoncio Macotera a
montar sus caballos. Cuando él me decía: tranquilo, este no se mueve…..ya tenía
claro que tocaba pegarse unos cuantos botes, que era lo que me gustaba. Una
vez, montamos una yegua aquerenciada que no salía ni "patrás", así
que Leoncio se ponía en la puerta con un palo y empezaba a dar, lo malo es que
muchos de esos palos me caían a mí.
Otra anécdota con
una yegua de Leoncio: llegué con ella hasta el árbol gordo, de repente, se
volvió y se lió a dar botes conmigo encima. Fui a estrellarme contra el kiosco
de periódicos que había entonces de madera. Al chocar con la puerta, esta se
abrió y la yegua y yo entramos en el Kiosco. Al señor kiosquero casi le da un
infarto.
También montaba
caballos de otros tratantes: Pepe el Corchero y de Juan el de Montecarlo
(me vais a permitir que dedique un recuerdo especial para Juan del Montecarlo,
recientemente fallecido. Seguro que estará en el cielo de trato; un gran
hombre.
La siguiente yegua
con la que hice el despeje de plaza fue “Brigit”, una yegua torda con una gran
lunar en el anca derecho. Aquí, ya tenía yo más soltura, por la edad y no tenía
a nadie a mi lado como en la vez anterior.
Mi padre fue
Concejal de festejos durante años, cuando se dejaron de hacer los encierros a
caballo de la antigua etapa. Él ideó lo del encierro de los viernes, planteado
para enseñar el camino a los bueyes. Recuerdo que sobre el año 1975, en un
encierro de los viernes, en el que solo estábamos mi padre, Leoncio Macotera y
yo. estuve semanas intentando convencer a mi padre de que me dejara la yegua de
mi hermano: la Cartujana: muy ligera; pero como era pequeño, mi padre pensó que
mejor era darme otra yegua; y así fue. Cuando vi la yegua que me iban a dar, el
disgusto fue monumental: una cruzada de percherón……………pero como no había otro
remedio, me subí en ella. Montados los tres, llegamos al corral de abajo, nos
colocamos en la salida y el caballo de mi padre y el de Leoncio, salieron
apretando y claro, la yegua que llevaba yo no corría ni "patrás", así
que la arree con las espuelas con tanta rabia que la pobre se puso a correr a
una velocidad que ni ella misma se lo creía, hasta que les alcancé en la cuesta
y llegamos hasta la plaza los tres a la vez con la parada de los bueyes.
Después de estos
encierros en Carnaval, llegó la etapa de los que tenemos ahora. Recuerdo uno de
estos, con toros de Emiliano de Fuente Guinaldo; una corrida de toros digna de
cualquier plaza de primera. Para este encierro yo tenía a mi gran yegua
“Muñeca” y mi primo José Ramón, su yegua “Estampa”. Junto a Emiliano y su
ayudante “el cojo” íbamos los cuatro, delante de los toros, pero tan pegados
que entramos juntos: caballos, toros y bueyes en el callejón. Cogí la puerta
desde los toriles y la cerré, pero a mi primo no le dio tiempo a salir, y se
quedó encerrado con su yegua, junto a toros y bueyes, con el traje charro que
no tenía mucha facilidad de movimientos, menos mal que unos hombres tiraron de
él y lo sacaron. Todos pensábamos lo peor respecto a su yegua, pero hubo
suerte, y salió intacta.
En 1978, me
compraron una moto, con la que iba a la finca, eso sí, a veces íbamos 3 subidos
a la vez. Y con esta edad, pues seguían las trastadas. Les hacía a los amigos
pasar unas pruebas: primero montaban el poni Kunfu, que era un experto en tirar
a gente, si pasaban esta prueba, la siguiente era la burra Felisa, que estaba
enseñada a botarse y a la que no solía aguantar nadie. Una de estas bromas se
la gastamos a mi amigo Carlos Medina. Subió a Felisa y le tiró; mi primo José
Ramón y yo le decíamos: no te preocupes, seguro que algo la has hecho, vuelve a
subir que ahora no te hará nada. Carlos subía otra vez a la burra , y de nuevo,
volvía a caer. Tenía tal mosqueo que nos dijo que éramos nosotros que le
hacíamos algo a la burra, así que nos pidió que nos separásemos y volvía a
subir…. claro, de nuevo Felisa le puso en el suelo pero esta vez con un golpe
monumental, cayó con la cara contra el suelo y gritaba: mis dientes mis
dientes, fuimos corriendo asustados y cuando vimos que eran cacahuetes creíamos
morirnos de risa, los tenía en la boca y el golpe hizo que salieran disparados,
el un poco mareado al verlos se asusto.
Sí que hubo algún
amigo que “superó” a Felisa, pero claro, para estos les tenía yo preparada otra
prueba: tenían que montar a pelo, con cabezada y un ramal, entre toda la
manada. Al principio parecía fácil, y por eso mi amigo Carlos Fernández Ruano,
se animó a montar, lo malo era cuando arrancábamos a galope a toda la manada y
la yegua salía a todo lo que daba detrás. Ni que decir tiene que el pobre
Carlos salía disparado por los aires. Otra anécdota, también con Carlos, fue en
una de las fiestas que hacíamos en Gavilán. Después de una buena comida de
campo y con mucha sangría, había que torear unas becerras y claro, Carlos
estaba más que “animado”. Así que se puso delante de la becerra, pero esta le
cogía una y otra vez. Ramón el vaquero no dejaba de reírse, le decía: por la
izquierda,,,,,y otra vez que le cogía la becerra a Carlos. Se llevó unas
cuantas volteretas. Al terminar no podía ni moverse el pobre. No tenía dotes de
torero.
Fueron muchos los
amigos con los que pasamos buenos momentos en Gavilán, rodeados de toros y
caballos: Carlos y Javier Fernández Ruano, José Francisco Medina, Rafa y León
Cubero, Bienve, José Ramón, Carlos Medina, Carlos Trinidad, mis primos Félix,
Manolo, Javier, Jesús, Chemi, Ramón…, y muchos más a los que envío un fuerte
abrazo. Menos mal que los años nos van “asentando” y a los alumnos de ahora, no
les hago esas trastadas, sino no tendría ni uno.
Bueno, y por seguir
con trastadas, os voy a contar una de mis favoritas: llevaba a amigos y amigas,
caminando a ver las vacas de casta o los novillos, parecía que estaban muy
lejos; pero cuando mis acompañantes y estaban tranquilos y no había ningún
árbol cerca para subirse; yo pegaba una voz y las vacas que sabían que
eso significaba “a comer”, venían hacia nosotros a todo galope: podéis imaginar
la cara de mis amigos; alguno se lo hizo encima y yo muerto de risa.
Otra de las tareas
propias del campo, que realizábamos en la finca de mis padres, era vedar los
becerros en el corral, se metían en un cabañal: eran becerros cruzados de vaca
de casta y charoles. Los chavales aprovechábamos la mínima ocasión para
“liarla”. Separábamos uno y a torearle, hasta que alguno recibíamos un buen
golpe.
Mi primo José Ramón
y yo nos enteramos que en la Ceña, tenían unas vacas moruchas muy recias y una
noche fuimos a ver si podíamos torearlas, acompañados por Carlos Medina. Este,
vigilaba por si venía alguien para avisarnos. Así que mi primo y yo nos
acercamos a las vacas, pero empezaron a correr, los perros a ladrar, y salió el
dueño, nosotros salimos pitando y Carlos no aparecía, éste no contestaba, se
había quedado dormido en un árbol ¡menudo guardián!
Por las noches, y
aprovechando que siempre había caballos en el río, el picón, la pesquera……
montábamos al que se dejara coger, pero una noche, nos topamos con un semental
que nos lo hizo pasar muy mal, se vino a por nosotros unas cuantas veces.
Afortunadamente, no nos pilló. Éramos jóvenes, ágiles y bastante imprudentes.
Por el 78, mi padre
ya empezaba a dejarme montar los potros. Recuerdo una potra torda, preciosa,
hija de la Cartujana, que tenía “demasiada chispa”. Yo le dije a mi padre:
papa, esa tiene que ser para mí. Se la llevó a domar a Candi de Fuente
Guinaldo, con el que más adelante tuve gran relación por mi profesión. Pues
Candi la domó y cuando fuimos a por ella dijo: el que monte esta yegua está
loco, es pura dinamita, es la única yegua en toda mi vida que me ha tirado tres
veces en menos de 5 minutos, la primera por una paloma, la segunda por una
liebre, y la tercera porque le dio la gana, el la puso de nombre Paloma, porque
era tan ligera que el decía que volaba, pido otro recuerdo para el. Luego mi
padre la llamo Muñeca por lo guapa que era. Mi madre, Pepita, como buena madre
que es, solo quería protegernos y le dijo a mi padre que vendiera la yegua
“ya”, para carne. Pero yo tenía otros planes. Así que fuimos a por ella.
Recuerdo que la vuelta fue horrible, no por la potra, sino porque pillamos una
tormenta malísima. Pero llegamos bien, Ramón el vaquero y yo. Mi padre se
resistía a dejármela, pero pronto “me salí con la mía”. Candi nos había dicho
que no se nos ocurriera tocarle la grupa de montado. Un día me fui a dar una
vuelta por la Ribera, y cuando pensaba que mi padre ya no me vería, le pegué un
toque en el anca: la yegua salió como un diablo, botándose hasta que se chocó
de cabeza, con un roble. Volví para casa al paso. Y cuando llegué, mi padre me
pregunta: ¿qué hace la yegua cuando se la toca atrás? Yo contesté, todo
nervioso, ehhhhhhhhh nada, no se…. Y entonces dijo mi padre: aunque yo no te
vea, siempre se lo que haces. Así que le contesté y le dije: solo se vota, y mi
padre echando una gran carcajada dijo: pero y que más querías que hiciera. Al
final, la yegua quedó para mí: Muñeca.
Apostaba con los
vaqueros a ver quien alcanzaría antes una vaca, la cogía por el rabo y la
volteaba: con muñeca no habían quien me ganara.
Fui creciendo y los
tratantes de Ciudad Rodrigo empezaron a llamarme para montar caballos y cobraba
mis “primeras perras”, 500 pts por caballo montado. Yo encantando, iba con los
ganaderos, y me decían los caballos que querían que montara. Normalmente eran
animales bastante complicados. Estos caballos me enseñaron mucho.
Pero, vamos a
seguir con anécdotas. En 1981, aprovechando que mis padres estaban en Canarias
con mi hermana Chus, por mediación de mi primo, que conocía a alguien en San
Felices de los Gallegos, me ofrecí para domar la yegua que había
tirado a un cuñado de nuestro amigo Francis y le había roto un brazo. El sitio
donde me llevaron la yegua era la Huerta, donde vivía Javier ingeniero de
Enusa, que tenía la yegua Irueña. Allí, también, José Ramón, tenía a Estampa,
una potra que compró del Conde Montarco. Allí la tuve un mes. Después hablé con
Pedro Martínez “Pedres” y me dejó la plaza de toros. En poco tiempo, ya tenía
las cuadras llenas de potros para domar.
Otro de los
acontecimientos propios de Ciudad Rodrigo, eran las Ferias. Cuando era pequeño,
recuerdo que salíamos al recreo los días de feria esperando que se hubiera
escapado algún animal y apareciera por allí, como pasaba en muchas ocasiones.
Estas ferias, primero se realizaban en la báscula al lado del foso y
después en el rio. En esta última, fue donde conseguí yo mis primeros trofeos,
que se dieron a mejor caballo de la feria y al mejor potro. Los gané con Faraón
y Babieca.
También, recuerdo
con cariño, el festejo que organizamos para sacar dinero y poder realizar el
primer acoso y derribo. En este festejo toreamos a caballo Manolo Castaño, Juan
Luis Perita y yo. Igualmente, nos acompañaban toreros a pie como José Luis
Ramos, José Ángel y José Ramón. Algunas de las vacas que toreamos, eran de mi
padre y otras de Rafa el del Cristo. La plaza de toros, cedida por Pedrés.
Por cierto,
recuerdo una de muchas veces, en los Labrados, la finca de Pedrés, teníamos que
encerrar una corrida de toros. Uno salió escapando, y yo al intentar volverlo,
con un caballo colín castaño de Pedro, este se cayó y dimos una voltereta.
Cuando el toro se dio cuenta que estábamos en el suelo, se encaró para
disponerse a arrancarse, y se produjo “un auténtico milagro”, yo cogí una
piedra y con todas mis fuerzas se la tiré. Le acerté en la testuz. El milagro,
precisamente era ese, que le acertara, porque yo nunca acertaba a dar a nada
tirando piedras. El toro se volvió hacia atrás. Yo monté rápidamente y vi que
tenía la baticola partida, una oreja fuera de la cabezada (que fui metiendo
mientras íbamos corriendo) y logramos encerrar la corrida.
Cuando llegaron mis
padres de Canarias, en lugar de ir a Gavilán, les pedí que me acompañaran a la
plaza de toros. Mostré orgulloso a mi padre todos los caballos que tenía para
domar; pero él no se sorprendió, se esperaba algo así, siempre iba por delante.
Fueron años muy
intensos, afortunadamente tenía a mi maestro: mi padre, que me seguía guiando,
porque claro, a esa edad, todos pensamos que lo sabemos todo y lo cierto es que
se comenten muchos errores.
En cuanto a los
caballos que montaba, casi todos eran de ganaderos . Eran animales que ya
tenían más edad de la recomendada para empezar a domarles y que estaban “sin
tocar” en el campo; me les traían y les cogía a lazo, les ponía la cabezada y
en unos días, la montura y “arriba”. A los tres meses ya tenían que estar
domados y corriendo ganado. Ahora que lo pienso, “vaya locura”.
Pronto, además de
domar caballos, empecé a dar clases a jinetes y amazonas. Algunos de los
jinetes que di clase en Ciudad Rodrigo de aquella época fueron: Manolo, Antonio
y Juan Luis Perita, Sergio Martín, Lourdes, Almudena Méndez,… entre
otros. Algunos de ellos también son jinetes profesionales en la actualidad, lo
cual a mí me llena de orgullo.
Pero vamos a seguir
con anécdotas, de toros y caballos. Mi padre tenía, además de Gavilán, otras
fincas arrendadas. Llevábamos el ganado de unas a otras, a caballo, por
cañadas, cordeles..., hoy casi sería imposible porque hay alambradas por
todas partes. Algunas de estas fincas eran La Concha, El Guijo de Malvarín, La
Orquera…
Dependiendo de la
época, trasladábamos diferente tipo de ganado: vacas machorras, paridas,
novillos….
En una de estas
ocasiones, llevábamos a dos toros sementales, todavía recuerdo sus nombres:
caballero y silencioso, dos bellos ejemplares colorados. Traíamos una parada de
vacas mansas que hacían la función de cabestrear. Llegamos al pueblo, “la
Atalaya” y el semental Caballero, salió corriendo por un camino, cuando de
pronto un hombrecito del pueblo se le ocurrió ponerse delante, abriendo y
cerrando los brazos como para pararle: pobre inocente; menos mal que Ramón el
vaquero, a toda carrera, y dándole voces, consiguió que el señor se tirara para
un lado y fue lo que le salvó; porque además ese toro era bastante bravo, y muy
certero con sus pitones. Había ya dado unas cuantas cornadas, también a perros,
novillos…. Una vez, corneó a un novillo, y este, como estaba dolido no había
forma de meterle en la manga para curarle; así que se me ocurrió que podíamos
cogerlo allí, en el campo. Ramón muy prudente, me dijo: hoy estamos solos,
déjalo para mañana que venga tu padre y tu hermano. Pero a esas edades lo de
esperar, no se lleva bien, así que fui a avisar a Javier Cabrera un amigo que
estaba trabajando en las parcelas de mis tíos, el que hoy en día es el alcalde
de Bocacara.
Él aceptó y fuimos
a por el novillo. Le dijimos: tú quédate aquí, y cuando nosotros lo citemos se
arrancará, lo cogemos y te avisamos para que vengas a ayudarnos. Así que Javier
se quedó retirado mientras nosotros íbamos a por el eral. Cuando estábamos
cerca, yo le cité para que se arrancara hacia a mí, pero en lugar de eso, se
asustó y arrancó para el lado contrario, justo donde estaba el pobre Javier.
Salió corriendo directo a por él, pero como vio que le cogía, se dio la
vuelta y con la gran fuerza y gran peso que tenía, se quedó agarrado a
él. Y luego decía: y eso que decíais que yo no tenía que hacer nada¡¡¡¡¡
Apartar el ganado
bravo en el campo con mi padre “era un lujo”, él siempre buscando la
perfección, decía: si cada uno está en el sitio que tiene que estar y actúa
solo cuando es necesario, el ganado estará tranquilo y todo será facilísimo; y
claro Ángel de Elías, siempre sabía donde teníamos que estar cada uno de
nosotros. Además de montar con él, me encantaba también que me contara sus
historias. Una vez me contó como llevaban los toros para las fiestas de
Sotoserrano en la sierra. Hacían noche en una finca antes de llegar, y dormían
él y los vaqueros en el campo, cerca del ganado para que “nadie se los hiciera
escapar”. Al amanecer , aparejaban y llegaban a destino sin problemas y eso que
salían hasta en calzoncillos a espantarlos. No en vano, se le reconoció el
mejor encerrador de todos los tiempos. VA POR TI MAESTRO.
Pero vamos a seguir
hablando de caballos. Como mi vida siempre estuvo vinculada a la doma vaquera,
fui a ampliar mis conocimientos a Portugal, con Manuel Jorge Manecas. Montaba
caballos de rejoneo; así que yo me sentía “en mi salsa”.
En el 87, me
trasladé a Valladolid y pronto conocí gente de caballos, empecé a montar, en
una finca que es lo que hoy es el recinto ferial de Valladolid, al lado del
estadio de futbol. Cuando se lo cuento a mis hijas, no se pueden creer que el
recinto ferial, fuera antes donde yo trabajaba los caballos. En aquellos años,
empecé a interesarme por lo que entonces era una nueva disciplina en España: la
doma clásica. Fui a formarme con Luis Lucio Pérez, jinete olímpico de esta
disciplina, hoy día director de la doma clásica en la Real Federación Hípica
Española. Empecé a organizar y participar en concursos de doma clásica,
que por aquel entonces, solo existía en Madrid y Barcelona. Recuerdo mi primer
caballo de doma clásica: llamado Reembrant, con el que gané todos los concursos
de la temporada y el campeonato de Castilla y León de caballos jóvenes. Ha
habido más entrenadores, como Juán Matute, Miriam Frena y Francisco Cancela,
por ejemplo. Con este último sigo entrenando bajo su supervisión.
He estado
impartiendo clases y domando potros y caballos en varios sitios hasta que en el
2007 Compré mi propio centro “El C.H. El Estribo”, en Mojados, cerca de
Valladolid. Aquí ya me traen caballos de distintos lugares de España: Madrid,
Asturias etc…..para domar o para subir de nivel, tanto de campo, como para
la competición en salto y doma. También acuden alumnos de varios lugares, y por
supuesto, también de Ciudad Rodrigo y alrededores: como Paula Lerma, a
ella y a sus padres envío un fuerte abrazo.
Dado los tiempos
que corren, no me puedo quejar. Hemos conseguido numerosos triunfos, en
campeonatos tanto de Castilla y León como a nivel nacional, no solo míos como
jinete, sino también de alumnos y caballos de propietarios.
Ahora ya tengo
“unos añitos”; llevo dedicándome a los caballos 33 años, la experiencia y
conocimientos adquiridos a lo largo de los años, me ha permitido impartir
clinics también en otros centros. Animo a los amantes del mundo del caballo, a
que sigan formándose y por supuesto, me ofrezco para lo que me necesiten.
Además de expresar
mi agradecimiento a la asociación Charra del caballo por invitarme a ser el
pregonero, quiero agradecer su apoyo a todas las personas que me han ayudado
desde mis comienzos, en esta difícil profesión: Pedro Martínez “Pedres” por
dejarme su plaza de toros y sus instalaciones, a varios ganaderos ya
desaparecidos, a los cuales les monté caballos en mis primeros años: José
Matías Bernardo “El Raboso” y a su hijo Domingo, a Manuel Santos “Manolo
Ferino”, a José Grande “Pepe Jeromo”, un recuerdo para ellos. Pero me vais a
permitir que mi agradecimiento especial sea para mi familia: en primer lugar
para mi padre Ángel de Elías, mi gran maestro, pero también para mí madre la
cual, hoy en día sigue cuidándome como que fuera un niño, para mi hermana Tere
que seguro que nos está viendo desde el cielo, ella está siempre
presente, y para mis hermanos Miguel Ángel, Chus y Eva, a mis hijas y a
mi mujer Mayte.