No es el único, de hecho, toda la ciudad lo es. El casco urbano de Ciudad Rodrigo esta lleno de Palacios y de preciosos edificios llenos de historias.
Todos ellos
pertenecían a familias, estaban habitados, corrían por ellos niños, se casaban
jóvenes, morían ancianos. En definitiva, eran edificios vivos.
En el caso del nuestro, mayorazgos, herencias,
muertes sin descendencias y otras circunstancias hicieron que terminase por
“deuda de retro” en manos de nuestra familia. Pero antes de eso, el palacio
vivió un episodio histórico durante los Sitios de Ciudad Rodrigo en la Guerra
de la Independencia.
Fue el
Cuartel General del Gobernador de la plaza, el Mariscal de Campo Andrés Pérez
de Herrasti. De allí, la calurosa mañana del 9 julio de 1810, salió el
Mariscal, vestido de paisano, a caballo y enarbolando bandera blanca a rendirse
ante el Mariscal francés Ney para evitar una masacre en la ciudad. Desde el 25
de abril el Palacio había vivido toda la estrategia de una lucha desigual. Un
Regimiento de Voluntarios contra el 6º y 8º ejército francés compuesto el
primero por más treinta y nueve mil hombres.
Pasó a la
familia y a través de matrimonios y herencias terminó en manos de mi padre. En
realidad, el Palacio le había tocado a su hermana, pero él se lo cambió por su
parte de la enorme finca de Vaciamadrid. Propiedad de más de cinco mil
hectáreas a diez y siete kilómetros de la Capital por la carretera de Valencia.
El cambio parecía, en principio, que era
perjudicial para mi padre pero a él no le importaba porque esa casa tenía un
especial significado para él. Le gustaba mucho y quería que fuera suya.
Era el año
1931. A partir de ese momento nadie como él ha aprovechado el Palacio para
hacer mejor promoción de la ciudad. Por él pasó Jose Antonio Primo de Rivera
que se había hecho su amigo personal
después de conocerse en una cacería en Aranjuez. En él tuvieron lugar muchas reuniones
políticas, sociales, económicas.
Eran famosas
las fiestas de disfraces durante los carnavales a las que acudían familias de
las fincas de la comarca, Duques de la Unión de Cuba, los marqueses de
Altares, amigos venidos de Madrid como
los condes de Elda, los marqueses de Vellisca, el famoso cirujano Mariano
Zumel, políticos y periodistas y los amigos de la zona, la familia Sánchez
Arjona, Velasco, Foxá y muchos más
vecinos de Ciudad Rodrigo.
Más tarde, en
la década de los sesenta tuvo la idea de
aprovechar los herraderos para organizar una fiesta llamada “la oreja de oro” a
la que acudían personalidades extranjeras de la política, de la cultura y de
nuevo amigos de Madrid y la provincia de Salamanca y de Ciudad Rodrigo. Duraba
tres días y al finalizar se entregaba esa oreja de oro al extranjero que mejor
había toreado las becerras moruchas.
Durante la
guerra se hizo amigo Ramón Serrano Suñer, amistad que duró muchos años y se
acabó por discrepancias políticas. De hecho, era padrino de mi hermano
Fernando. Acabada la guerra, Serrano Suñer le nombró su secretario político y fue teniente alcalde
de Madrid.
Transcurrían
los años de la guerra Mundial y entonces ocurrió el que quizás es el
acontecimiento histórico más destacado es el que vivió el Palacio en julio de
1940. El complot Windsor!
En
el curso de la II Guerra Mundial, un personaje controvertido, el duque de
Windsor, se ve involucrado en una esperpéntico complot ideado por Ribbentrop y
secundado, más o menos activamente, por espías, embajadores y políticos
españoles alemanes y portugueses. Curiosamente el Palacio de Montarco en Ciudad
Rodrigo y su propietario, el conde de Montarco
jugaron un papel protagonista en la historia de este complot.
El
duque era objeto de manipulaciones aprovechando
sus pocas “luces”, su situación personal, las humillaciones familiares y
la antipatía de Churchill que le hacían presa fácil para los planes de von Ribbentrop.
Añadiendo a todo ello, además, su postura personal anti-belicista y su
manifiesta aprobación de un entendimiento anglo-alemán.
Su pretensión
de que la Familia Real inglesa recibiera a su mujer, Wallis, con el protocolo
debido a un miembro más, su insistente petición de ocupar un puesto político
acorde con su “dignidad” y sus pueriles antojos devenidos de su educación real,
hicieron que, desde su abdicación en 1936 el duque exilado mantenga una lucha
personal sin éxito y que julio de 1940, culmine con el desarrollo del complot.
Von
Ribbentrop, Ministro de Asuntos Exteriores del Reich, junto con Serrano Suñer,
el espía Ángel Álcazar de Velasco, el conde de Montarco y otros más, convencen
a duque de hacer una proclama a favor de la entente anglo-alemana. Se va a
retransmitir a todo el mundo por radio y se elige el Palacio de Ciudad Rodrigo
como lugar idóneo para llevar a cabo el complot teniendo en cuenta que los
duques de Windsor están en Estoril y el viaje es rápido. Todo se organiza en el
más absoluto secretismo. Una vez todo preparado, mis padres deben abandonar el
Palacio e irse a Madrid para tener una coartada.
Sería un duro
golpe para los aliados y concretamente para Churchill. Pero los servicios de
contraespionaje ingleses sospechan algo, tienen estrechamente vigilados a los
duques y atan cabos. La víspera de la traición, un comando inglés asalta el
hotel de Estoril, drogan a los duques y los embarcan hacia Bahamas. Ahí se
acabó el complot y el riesgo de que hoy fuera conocido Ciudad Rodrigo por los
heroicos sitios y por quién sabe si haber cambiado el curso de la historia.
Antes de
2006, los únicos palacios que permanecían en manos privadas eran los de la
Iglesia y el nuestro. Al día de hoy, y no solo en Ciudad Rodrigo sino a lo
largo y ancho de nuestra geografía estos edificios emblemáticos, históricos y
joyas arquitectónicas agonizan en el abandono. Son carísimos de mantener, es
difícil conseguir ayudas, y los propietarios solo tienen las salidas de
abandono, venta o explotación. Muchos han optado por esta última salida, pero
la crisis ha terminado de rematarlos, otros han vendido para diferentes
objetivos y los que más, sencillamente dejan que se caiga.
Los Gobiernos
no tienen dinero para dedicar a rehabilitaciones y especialmente en Castilla y
León hay tan enorme patrimonio artístico que es prácticamente imposible que
pueda atender a todo.