Opino, que no sentencio

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Somos como Somos


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No encuentro mejor manera de adentrarme en esta dichosa empresa, que es la escritura, que hablando de Ciudad Rodrigo y sus gentes. Por ende, esta primera entrada valga como homenaje.

“Andando y aprendiendo” dice el refranero, y posiblemente no encuentre mejor sentido literal a éste, que crecer en una ciudad como Miróbriga. La Historia te narra, a cada paso que das, los anales de Ciudad Rodrigo en paralela consonancia con los avatares de España.

Ciudad Rodrigo da testimonio pétreo de quien aquí habitó, luchó y murió. Desde Vetones (verraco) y Romanos (III Columnas) hasta las encarnizadas batallas de la Guerra de la Independencia, pasando por la Reconstrucción de la ciudad por el conde don Rodrigo González de Girón tras la ocupación musulmana, la Repoblación de Fernando II de León (murallas y Catedral) o el Reinado de Enrique II de Trastámara (castillo). Multitud de palacios y casas señoriales presididos por la heráldica de las familias que en ellos habitaron plagan las calles de esta deslumbrante ciudad y dan fe de una época en la que Ciudad Rodrigo se convirtió en residencia de la Nobleza (Casa del Marqués de Cerralbo, Casa de los Vázquez, Palacio de los Águila…).

“Antigua, Noble y Leal” reza su divisa, lo que refleja el apego a la Tierra, los Valores y la Familia, naturaleza intrínseca del mirobrigense, como demuestran las hazañas de personajes de la talla de María Adán, “La Coronada” o Lorenza Iglesias.

Y es que, como decía Miguel Delibes en su libro “Castilla, lo castellano y los castellanos” refiriéndose a nuestro carácter, “…nada le ha impedido conservar su decoro, su tradicional hidalguía, su nobleza, su dignidad, virtudes que le inducirán a compartir un vaso de vino con el primer forastero que llegue tan pronto barrunte que no viene a él de mala fe…”

Ahondando en la herida, quisiera regalar al lector unos versos de mi abuelo Ricardo Bravo pertenecientes a su poema “No soy del mar”.

“No soy del mar y lo hubiera admitido

donde tienen su espejo las estrellas,

para amar con hondura de marino

la entraña pura de las cosas bellas.

 

Tampoco soy del monte y no me privo,

de la miel con que cubre su explanada,

pudiera haber nacido en esos pastos

y amar como el pastor sus sombras anchas.

 

Pero nací, en los llanos ondulados,

meseta parda de mi tierra charra,

y ni el marino, ni el pastor soñando,

en amor a mi patria, se me igualan.”