Antaño, el orujo de la uva se calentaba con el fuego de los palos de encina, pero ahora se han sustituido por ruedas de gas, que facilitan el oficio.
Con el recipiente de cobre del alambique bien caliente, el jugo del hollejo se evapora y al chocar contra un cazo de agua fría, éste cae por una tubería de la "alquitara" (destiladora), convertido en orujo de aguardiente.
La elaboración del aguardiente forma parte del elenco de costumbres de La Raya que, en su conjunto, formaba el estraperlo, ya que, antaño, si los que fabricaban el aguardiente eran sorprendidos le quitaban toda la mercancía, eran multados e, incluso, se podían ir directos al calabozo.
El objetivo del fisco era el de evitar el trasiego de aguardiente de contrabando entre vecinos de España y de Portugal, que lo comerciaban en La Raya sin pagar impuestos. Sin embargo, la tradición de este intercambio no cesó y aún se produce el trasiego entre los pueblos de la frontera, aunque en menor escala.
De hecho, en estos días, la mayor parte de los comercios de la localidad portuguesa de Vilar Formoso tienen a la venta y expuestos en la calle decenas de alambiques de cobre, como reclamo hacia los compradores de España.
Los artesanos del orujo aseguran que para que el licor tenga la graduación necesaria debe caer gota a gota, ya que si el chorro es muy grande el aguardiente pierde calidad.